martes, 1 de febrero de 2022

AUTORRETRATO


Fotografía del autor

Ha llegado el momento de hablar de los sanadores. Y declarar con rotundidad que hemos sufrido el vértigo de los infortunados, pero no hemos visto con la misma claridad las lágrimas de quienes sostenían, exhaustos, el delgado y quebradizo hilo de la vida.

Si conocéis a alguna o alguno de ellos comprenderéis de qué hablo. Porque habréis visto que su convicción se resquebrajaba, incluso se desmoronaba sin que nada ni nadie atendiera las súplicas. Eran un batallón atrapado en un asedio, abandonado a su suerte por un ejército de cobardes y de traidores.

Pero no luchaban contra una enfermedad, no os equivoquéis. Luchaban contra la soledad de los pacientes, contra el envilecimiento de los administradores de miseria, contra el desconsuelo de verse impotentes, contra el miedo a llevar la muerte a sus propias casas, contra los pudrideros de confusión, contra la deshumanización, contra las ganas de desertar de la contienda, sintiéndose además culpables.

Y una mañana tras otra veían en el espejo la sombra cada vez más desdibujada de un sueño. Solo el rastro sutil de alguien que fue, que quiso ser, que no supo muy bien quién era o quién iba a ser. Sin saber que el peligro más letal al que se estaban enfrentando era la demolición de su propio yo.

Todavía no ha llegado el día de dar por finalizada la emergencia. Pero las consecuencias de la resistencia han sido ya devastadoras en muchos casos. Es hora, por ello, de decirles algo. Alto y claro.

Quizá sea el momento de volver a empezar, de renacer. Quizás debáis recordar que fuisteis niños no hace tanto, y que entonces con voluntad firme comenzabais a dibujar el perfil de vuestro retrato en cada juego inocente, en cada pregunta. Y porque fuisteis niños merecisteis el don de sentir el calor de un hogar, de ser besados y abrazados con ternura, de crecer al fuego de unas formidables expectativas. ¿Por qué no iba a ser así? Era el camino.

Por eso, sentidlo de nuevo, si buscáis el rostro del mañana. Buscad el inconfundible aroma de un hogar al que regresar en cualquier momento de flaqueza, complaceos con el tibio placer de los besos y los abrazos al despertar entre sábanas, creed en la inmoderadas expectativas de quienes aman escrutar el infinito en vuestra mirada.

Para dibujar delicadamente el retrato de ese alguien que os estaba buscando desde lo más íntimo, hace mucho tiempo.

Solamente desde un juego de seducción de semejanzas entrañables, un juego que esconde bajo los pliegues del tiempo la verdadera belleza, podrá aflorar la hermosa y honesta grandeza de un formidable autorretrato, aunque su rostro no os sea todavía familiar.

Es el precio de haber vivido, de ser testigo de sí mismo.