lunes, 21 de junio de 2021

UNO MÁS UNO ES TRES

 

Fotografía del autor

En efecto, Sr Sádaba, no hay libertad sin inteligencia. Al menos eso creemos algunos aldeanos... Porque sin inteligencia, por ejemplo, uno corre el riesgo de exigir desesperadamente algo que le perjudique de manera irreversible. Y, aunque parezca increíble, ocurre más a menudo de lo que sería presumible.

Si bien, debo decirle que ni aquí ni en ninguna otra parte hay libertad sin proyecto compartido. Si la sociedad fuese un amasijo de proyectos individuales, regidos por inteligencias bien amuebladas, pero defensoras de su libertad, la de desarrollar su proyecto individual a cualquier precio, agotaríamos la fuente de tan preciado bien.

Verá, llevo meses hablando en este modesto blog de personas extraordinarias. Hay algo que las define colectivamente: habitan y construyen espacios de convivencia y crecimiento personal en armonía con el entorno. En definitiva, son parte de algún proyecto, de hecho frecuentemente son el único motor de los mismos.

No importa la magnitud que tengan sus iniciativas. Lo realmente determinante es el nivel de compromiso y la lealtad, por parte de quienes las comparten, al espíritu integrador de las mismas.

Afinar la banda; recoger basura; plantar árboles y restaurar el equilibrio natural; escribir la memoria de una comunidad; instalar hoteles de insectos o colmenas; cultivar y compartir las lecturas; conocer, difundir y respetar el entorno social y natural; recuperar y preservar la historia; consolidar foros de convivencia; garantizar la dignidad y la supervivencia de nuestros vecinos de hoy y del mañana; mimar la creatividad; generar esperanza e ilusión… ¿Acaso no hay proyectos para ocupar más de una vida? ¿Acaso compartir estos proyectos no es garantía para escapar de la soledad y del individualismo?

No estamos sobrados de generosidad, ni de liderazgos integradores. Hay demasiado ruido de egoísmos y desconfianzas. Obedeciendo a esa dinámica entramos en una aritmética perversa en la que uno menos uno es igual a uno contra uno, y, en definitiva, todos contra todos.

Pero algunos han llegado a comprender que uno más uno es tres. Y no contentos con tan formidable cómputo, perseveran hasta sumar más y más, hasta demostrar la evidencia a los salteadores de abrazos (Blas de Otero dixit).

Esta es pues nuestra tabla de multiplicación: uno más uno, igual a tres. Tú, yo y la ilusión de tener algo importante que construir juntos.


viernes, 11 de junio de 2021

INVISIBLE

 

Fotografía del autor

Dicen que el orden duradero crece motivado por una imperecedera lentitud. Si así es, ¿acaso puede haber mejor guía para la vida que observar con veneración una manifestación amable, irreductible de longevidad? La observas, está ahí siempre; hasta que no la ves, hasta que ingresa en un fondo difuso sobre el que se dibuja la mudanza, la sucesión y la complejidad de lo perecedero.

Pero ¿y si no fuera de ese modo? ¿Y si el observador desapareciera también de toda eventualidad, al fundirse su venerable acto de observar con esa imperecedera lentitud, con la aquiescencia de la irreductible longevidad del ente observado? ¿Ingresaría también el observador en ese fondo difuso hasta desaparecer?

Es algo así como el agua. Está ahí. Fluye constantemente. La ves y no la ves. Porque al final solo ves aquello que refleja, solo ves el movimiento, la ondulación armónica y serena; o dejas de verla y solo ves el fondo del río, como si nada hubiera sobre él.

Yo, que ya a estas alturas no puedo considerarme más que un rebelde desarmado, herido, instalado en la confortable languidez de la derrota, de un sueño imposible que ha ido desdibujándose en el rostro de cada infortunado desencuentro, debo reconocer que abrazo con frecuencia la tentación de hacerme invisible. Alejarme de todo, ir desapareciendo de forma discreta hasta lograr que nadie se acuerde de mí. Fluir, ser como el agua que cubre todo sin dejar huella y sin tener jamás necesidad de cicatrizar una laceración.

Pero todo lo que observo está en permanente excitación, se funde entre mis manos, declina, vuelve a nacer; retoza en su esplendor como una primavera febril hasta mudar sus afectos y sus afecciones entrando en un otoño complaciente. El tempo que marca nuestras vidas no consiente largas exposiciones a la acechanza silente y sosegada.

Aunque sospecho que la imagen se forma justo al revés. Véase una manifestación amable, irreductible de longevidad y todo lo que mora a su alrededor yendo y viniendo en un frenesí propio de la brevedad de sus vidas. Nada permanece el tiempo suficiente para quedar impregnado en un recuerdo indeleble, salvo el venerable organismo milenario. Todo lo demás deviene invisible, por más que porfíe en dejar huella.

Sea pues. Eso me tranquiliza. Si bien no tengo demasiado claro qué hago desde hace algunos días ya, plantado delante de este árbol centenario, preguntándole si me ve o no me ve. Preguntándome si vale la pena ser visible.


martes, 1 de junio de 2021

AGUJEROS NEGROS

 

Fotografía Juan F. Herrezuelo

Cada vez tengo más claro que algún día tendremos que modificar los mapas. Sí, esos que llamamos mapas políticos y que trazan líneas divisorias siguiendo criterios que solo obedecen a repartos de poder… Aquí mando yo y aquí mandas tú. Listo. Yo mando en el río aquí arriba y, por tanto, hago lo que me parezca. Da igual que las aguas entren limpias en mi coto y salgan sucias. Y mando también en el aire, porque está encima de este suelo que piso y que me pertenece. Da igual que el viento traiga a mis cielos aire limpio y después salga de aquí cargado de tóxicos hacia otra parte.

Hay que ver lo que nos cuesta entender las cosas. Entender, por ejemplo, que donde hay fronteras lo único que se define es un procedimiento de estabulación y explotación, incluidas las personas. Y qué decir de los centros de poder. No hace falta que sean muy grandes. Cualquier capital de provincia se siente propietaria del territorio que administra. Cualquier ciudad cree que su tamaño contiene la cualidad de poder extender su modelo de convivencia y producción a todo el entorno.

Y así viene sucediendo que el clásico dominguero urbanita asalta cada fin de semana el espacio rural “despoblado” para hacernos el favor de compartir con nosotros su exitosa existencia. Con ellos llegan el ruido, el caos, la deshumanización, el desprecio, la suciedad, el abuso, el despilfarro… Venga, vamos a poner una piscina en el cortijo, que aquí el agua es barata. ¿El coche? En la puerta de casa. Si a alguno de estos les molesta, ya llamarán. Y además, qué demonios, ¿no es fiesta? A quién le va a molestar que estemos con la música a tope hasta las dos o las tres de la mañana.

Antes dejabas la bicicleta en la puerta de la tienda y sabías que nadie se la iba a llevar. Antes sabías que todo el mundo respondería a tu “buenos días”. Y eso que había mucha más gente en el pueblo. Ahora hace falta policía, leyes severas y castigos proporcionados contra los infractores. ¿Hasta dónde ha de llegar esa espiral? Es un gasto de energía insoportable.

Supongo que los aldeanos tenemos el derecho a disfrutar de ciertas cosas o habrá que reivindicarlos. Por el camino que lleva esta deriva quizá haya que dejarlos por escrito y buscar una autoridad capaz de hacerlos respetar. Es triste. Tan triste como que eso que se nos está sustrayendo no es otra cosa que el silencio, el respeto, la amabilidad, la pulcritud, la calma, los ritmos circadianos, la memoria… Claro que no todo era perfecto en los pueblos, pero navegábamos en una imperfección más tolerable.

No sé si es acertado llamarnos la España vaciada. Da la impresión de que aquí no queda nada útil y que es urgente llenarlo de todo eso que tenéis en las ciudades, pero nada más lejos de la realidad.

Yo que vosotros, urbanitas, borraría vuestra estúpida cartografía política y me dejaría invadir pacíficamente por lo que esconden vuestras fronteras. Porque más allá de la ciudad el único vacío que se percibe es el de ese agujero negro llamado ciudad que no deja de absorber todo lo que le rodea.