viernes, 21 de agosto de 2020

GOTITAS DE LUZ

 


Fotografía: Anabel

Aguas abajo, en dirección al mar, en dirección a la capital, la cuenca se deconstruye suavemente por el norte, dejando entrever extensos páramos del Desierto de Tabernas. En dirección sur, las montañas ocultan tozudamente el mar y la creciente urbanización, justo hasta un requiebro definitivo del lecho del río Andarax, aproximadamente en las tierras que edificaron la olvidada y milenaria cultura de Los Millares.

Esa es la dirección natural de todos los flujos que circulan por el valle. Desde el pueblo observamos con cierta resignación cómo la gravedad de la fuerza determina un camino de ida que casi nunca es de vuelta. Baja el agua, baja la producción agrícola, baja el aire limpio de la sierra, bajan los recursos minerales, bajan los jóvenes estudiantes, baja la población productiva y baja, sobre todo, el talento.

Tengo que reconocer que todo esto constituye una contrariedad. Aunque nos esforzamos por establecer relaciones no hostiles con la ciudad y sus ciudadanos, de modo que la identidad y los recursos de los ruralianos queden garantizados, hay ocasiones en que no es suficiente con el poder salutífero del cielo, el agua, la tierra y los seres que nos rodean.

Es cuestión de tiempo que uno acabe compareciendo río abajo, buscando alivio para diversas dolencias. Cosas de la edad. Lo que no es tan previsible es que ese tránsito te lleve a descubrir que la ciudad se ha apropiado del talento de una hija de Instinción. Qué puedo decir, los caminos del dolor son inescrutables.

Sin duda es de rigor explicar cómo comenzó todo. Ingresas en un cubículo reducido, pero agradable. Depositas las dudas y toda la longitud de una fisiología declinante sobre la camilla. Y cierras los ojos, porque la intensidad de la luz penetra en tu dolor sin indulgencia.

Pero eso, todo eso ya lo sabe ella, porque ha estado escuchando desde que cruzaste el umbral de su puerta cada uno de los epidérmicos silencios que constituyen nuestra desafinada melodía. Entonces, extiende la partitura, dejando que sus manos lean en cada íntima vibración el rastro de alguna nota errática. Esto hay que afinarlo, pero sin precipitación. Sí, aquí es exactamente donde nace el dolor. Escuchemos, pues. Inspira profundamente. Espira por la boca. Poco a poco.

Nada es igual a uno y otro lado. El izquierdo está tenso, dolorido, furioso. El derecho se impacienta atravesando un campo de insolidarias contracturas. Has cerrado los ojos. Detrás de toda esta aventura hay generaciones y generaciones que se encuentran sobre la indulgente camilla, invocando la condonación de todas las deudas, los pecados y las soledades. El resplandor ya no molesta. Tal vez por eso percibes claramente cómo la protección que rodea a Anabel es en realidad una pequeña burbuja sobre la que se precipita una fina lluvia de gotitas de luz de insobornable cualidad.

Es difícil comprenderlo, lo sé. La luz se fundamenta firmemente como un haz de raíces que atraviesa la inmensidad de la desesperanza. Hasta doblegar el dolor. Y no hay, en fin, efectos secundarios, porque el tibio y prolongado contacto con la humildad concede el don de ser extraordinario.

Doy fe de ello.


martes, 11 de agosto de 2020

CONTRA CORRIENTE

 


Fotografía: Eva y Paco

Decididamente, ha llegado el momento de remar río arriba, buscar de nuevo las fuentes, el conocimiento, tal vez la infancia. Todo valle es como un gran libro abierto, un anciano libro de hojas arrugadas que acomodan venerablemente en su seno arrogantes ríos de tinta, cauces entreverados de historias concurrentes.

Instinción es un pequeño puerto en la ribera desde el que observo cómo ese libro se cierra más arriba bajo un horizonte quebrado y a la vez sugerente. Y detrás de esa línea siempre lenguajes nuevos, una luz desconocida, un tiempo gobernado por extraños paradigmas, respuestas vigorosas y refrescantes a viejas preguntas.

No dejo de pensar, mientras observo esa panorámica en fuga, que desde el hoy al mañana, desde el aquí al más allá se ignora todo, que hay que reconocer cada pequeña diferencia como un desafío, como una sorpresa, un obsequio. Viajar es un complejo juego que consiste en acortar la distancia o el tiempo que separa lo conocido de lo desconocido.

Pongamos, pues, que interrumpo mi travesía, no en el pueblo de arriba, ni en el de abajo. Supongamos que el destino nos aguarda en el pueblo de en medio, que en él las deliberaciones entre todas sus criaturas se suceden de manera ordenada y consecuente en un parlamento llamado huerto. Nada sería posible en esa egregia asamblea constituyente si no presidieran la sesión Eva y Paco, si no aguardara en un escaño de colores penetrantes Jara, con sus juegos, escuchando cómo brotan los discursos que van creando el mundo ante ella como una lenta, dulce y divertida confabulación.

Detengo mi conciencia navegante ante ellos, escucho de sus labios un idioma matriarcal. Les pido solemnemente la paz y la palabra para llenar mi zurrón de algo más que desesperanza y conmiseración. Y al fin, ellos prometen seguir constituyendo sólidos puentes, vivificantes parlamentos, un solemne planisferio de orgánica lentitud, paso a paso, dejándose mecer por el suave trotecillo del hortelano proverbial sobre su jumento. Porque la libertad de escribir un nuevo riachuelo sobre el viejo y arrugado libro que habitamos es tan irrenunciable como reconocer la necesidad de cultivar sin desaliento una amistad tan cautivadora.


sábado, 1 de agosto de 2020

LA SOMBRA DE LA MONTAÑA


Fotografía del autor


En Instinción apenas hay tejados a dos aguas, por eso la panorámica es amplia desde cualquier terrado. El pueblo descansa sobre la falda de la Sierra de Gádor, quedando coronado por el Cerro de la Cruz y flanqueado desde poniente por el perfil inconfundible de la Piedra Alta.

Frente a él, atravesando la suave depresión del río Andarax, se levanta la mole del Montenegro. Su imponente silueta acapara tanto protagonismo que es difícil divisar cómo tras ella asoma tímidamente un punto blanco que no es otra cosa que el observatorio astronómico de Calar Alto. La pendiente del Montenegro va descendiendo junto al río, en dirección al mar, y deja más expuesto a la vista el lejano perfil de la Sierra de Filabres al norte, y hacia levante Sierra Alhamilla. Las ramblas y los taludes se superponen en geometrías inestables, desérticas; en figuraciones mutantes, según la luz, la hora y nuestro ánimo.

Hasta aquí, los horizontes físicos.

Pero si Instinción fuera una aldea del lejano Oriente, todo el mundo convendría en que es un pueblo ying. Tal vez, por tanto -legítimo es pensarlo-, estaríamos hablando de Yingstinción.

El ying se manifiesta en aquello sereno, receptivo, espiritual, complaciente, intuitivo, doméstico, húmedo. Es otoño reparador que nutre y configura el fruto de los naranjos en el valle, y es invierno esquivo que nos regala su provisión sanadora. El ying descansa en las sombras del norte de las montañas. El ying adopta la cualidad de lo femenino.

No dejo de pensar que todo esto tiene un aroma maternal, que es el pegamento que mantiene unida a toda una diversidad de criaturas que tejemos y destejemos días y noches en este singular emplazamiento.

He conocido aquí el rostro inconfundible de la serenidad, he visto atardeceres y noches estrelladas de una dimensión espiritual indescriptible, he sido recibido con la complacencia de la más lúcida de las intuiciones, he respirado en la profundidad del hogar el húmedo placer de un sentimiento femenino sin fisuras, ha derramado sobre mí la sierra su magia de sombras.

Aquí se abren los horizontes no evidentes.

El camino que conduce a esos horizontes no evidentes no está trazado todavía. El camino se constituye bajo los pies de quienes lo transitan. Abrir caminos nuevos es una osadía, una temeridad, una indisciplina, una necesidad, una sanación y un regalo.

En estos días de fronteras reconstituidas, los horizontes no evidentes que se vislumbran desde nuestro pueblo llaman a la rebeldía, confluyen desde el ying y el yang dos fuentes que no pueden vivir la una sin la otra. La confusión del barro que alimenta el remolino ya se aclara. El camino fluye ahora diáfano hacia una panorámica de encuentros y reencuentros, que beben de sus dos refrescantes aguas.