martes, 11 de agosto de 2020

CONTRA CORRIENTE

 


Fotografía: Eva y Paco

Decididamente, ha llegado el momento de remar río arriba, buscar de nuevo las fuentes, el conocimiento, tal vez la infancia. Todo valle es como un gran libro abierto, un anciano libro de hojas arrugadas que acomodan venerablemente en su seno arrogantes ríos de tinta, cauces entreverados de historias concurrentes.

Instinción es un pequeño puerto en la ribera desde el que observo cómo ese libro se cierra más arriba bajo un horizonte quebrado y a la vez sugerente. Y detrás de esa línea siempre lenguajes nuevos, una luz desconocida, un tiempo gobernado por extraños paradigmas, respuestas vigorosas y refrescantes a viejas preguntas.

No dejo de pensar, mientras observo esa panorámica en fuga, que desde el hoy al mañana, desde el aquí al más allá se ignora todo, que hay que reconocer cada pequeña diferencia como un desafío, como una sorpresa, un obsequio. Viajar es un complejo juego que consiste en acortar la distancia o el tiempo que separa lo conocido de lo desconocido.

Pongamos, pues, que interrumpo mi travesía, no en el pueblo de arriba, ni en el de abajo. Supongamos que el destino nos aguarda en el pueblo de en medio, que en él las deliberaciones entre todas sus criaturas se suceden de manera ordenada y consecuente en un parlamento llamado huerto. Nada sería posible en esa egregia asamblea constituyente si no presidieran la sesión Eva y Paco, si no aguardara en un escaño de colores penetrantes Jara, con sus juegos, escuchando cómo brotan los discursos que van creando el mundo ante ella como una lenta, dulce y divertida confabulación.

Detengo mi conciencia navegante ante ellos, escucho de sus labios un idioma matriarcal. Les pido solemnemente la paz y la palabra para llenar mi zurrón de algo más que desesperanza y conmiseración. Y al fin, ellos prometen seguir constituyendo sólidos puentes, vivificantes parlamentos, un solemne planisferio de orgánica lentitud, paso a paso, dejándose mecer por el suave trotecillo del hortelano proverbial sobre su jumento. Porque la libertad de escribir un nuevo riachuelo sobre el viejo y arrugado libro que habitamos es tan irrenunciable como reconocer la necesidad de cultivar sin desaliento una amistad tan cautivadora.