sábado, 21 de agosto de 2021

LÍMITES

 


De joven leía bastante más, desde luego. Alimentado por una febril fogosidad contravenía tozudamente el orden de la lógica, de todo pensamiento práctico, y dedicaba arduos esfuerzos a imaginar mundos posibles, sin saber que no lo eran. Sin otra razón de vida que ir enamorándome en cada estación, me sumergía en mares de psicodelia radiofónica hasta descubrir el éxtasis en alguna melodía que a menudo se hacía acompañar de algún texto extraordinario.

Eran otros tiempos, sí. Tuve, por añadidura, la fortuna de nacer algo más tarde de lo que me correspondía por afinidad y por sensibilidad con respecto a todo lo que más he amado, con lo cual, siempre se me ofreció disfrutar de frutos maduros, de sabor intenso y exótico. Por eso os puedo hablar hoy de uno de ellos y de la reflexión que me acompaña en estos días.

Breve como intensa, dulce como lacerante, en algún momento de cuya memoria quisiera tener conciencia llegó a mis oídos una canción que decía así: “Mi vida limita al norte con la muerte, al sur con mi madre herida, a la derecha mi amo contabilizando el aire, y a la izquierda tu sonrisa, amiga de amar, amante”. No supe hasta mucho después que el autor de esta glosa era León Felipe, porque, en realidad, yo lo escuchaba en las voces de un maravilloso grupo coral que algunos tal vez recordaréis: Aguaviva.

No deja de ser curioso que venga a mi memoria esta canción en días como estos, con temperaturas de un calor extremo tanto de día como de noche, con incendios forestales de consecuencias catastróficas, con regiones polares acelerando el ritmo de un deshielo definitivo.

Los límites se van estrechando. Sabíamos que nuestra madre solo era fértil en determinadas condiciones, que esas condiciones eran delicadamente frágiles y constreñidas. Vivimos, por ejemplo, en el interior una fina capa de siete a diecisiete kilómetros, según se mida en los polos o en el ecuador. Todo sucede entre los cinco mil metros de altitud y los dos mil metros de profundidad. Fuera de ella no hay vida, no es posible la vida.

Por no hablar de frío y de calor. Por debajo de -18ºC y por encima de 50ºC, las condiciones para la vida son casi insalvables. Más allá de estos límites solo se puede encontrar vida en estado latente, en márgenes definidos entre -200ºC y 80ºC/110ºC. Pero es testimonial.

También podríamos anotar los límites del aire. Ya sabéis: nitrógeno, al 78%, oxígeno, al 21%, gases nobles, al 1% (argón, neón, criptón y helio), dióxido de carbono, al 0,04% y vapor de agua, más o menos al 0,97%. Cualquier alteración de esta composición significa un riesgo para la vida. El aumento de partículas de polvo, por ejemplo, cambia la carga eléctrica de los iones produciendo un deterioro importante en la salud. Además, no hemos dejado de inyectar nuevas sustancias a su composición en las últimas centurias y lo peor es que algunas de esas sustancias que contiene ahora el aire son altamente reactivas, son más propensas a interactuar con otras para formar nuevas sustancias. Cuando algunas de estas sustancias reaccionan con otras, pueden formar contaminantes muy peligrosos.

Es en ese mismo aire en el que necesitamos respirar entre las 44 veces por minuto de un bebé y las 8 a 16 de un adulto, todo ello en estado de reposo. No parece aconsejable intentar batir el récord de apnea, aunque el aire no sea de la mejor calidad.

Con la comida tenemos más margen. Podemos dejar de comer hasta 45 o 60 días, pero los resultados serán funestos. Si queremos que todo vaya bien, mejor comer entre tres y cinco veces al día.

Necesitamos en definitiva tierra firme, fuentes de agua potable, suelo orgánico, lluvia en su cantidad justa, vegetación y fauna, etc. Y necesitamos que todo ello se relacione de una determinada manera en que la convivencia entre todos los factores favorezca la fertilidad y la reproducción de millones de formas de vida que conocemos y, sobre todo, que no conocemos. Todas ellas forman parte del engranaje.

Si abusamos del sedentarismo nuestro cuerpo abandona sus condiciones óptimas. Si abusamos del esfuerzo físico, se colapsa. Si vivimos en soledad, nuestra mente sufre. Si nos sumergimos en un gregarismo extremo, nos asfixiamos psíquicamente.

Si nuestros emolumentos están por encima del sueldo mínimo interprofesional podremos sobrevivir modestamente. Por debajo de este, seremos más o menos pobres -en esto también hay grados-. Si estamos muy por encima, seremos económicamente ricos, pero nuestra tasa de necesidades a cubrir experimentará un alza incontrolable.

Es de locos. ¿Cómo ha sido posible que prospere la vida en estas condiciones? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que algunos iluminados piensen que pueden controlar este mecanismo? Los límites son muy marcados y, sin embargo, el engranaje es de una complejidad inimaginable.

Ahora, de mayor, leo menos. Quizás sea una fatiga crónica por la acumulación de todo eso que he aprendido y no me sirve para imaginar mundos nuevos, imposibles, sino todo lo contrario. Aun así, vale la pena recordar que siempre, en cualquier circunstancia, en cualquier proporción de combinación de factores que hayamos encontrado a lo largo de nuestras existencias, nos moveremos en unos márgenes estrechos, estrechísimos, entre los que habrá sido posible que surja la magia de la vida. Y podremos cantar con mejor o peor entonación aquello de “Mi vida limita al norte con la muerte, al sur con mi madre herida, a la derecha mi amo contabilizando el aire, y a la izquierda tu sonrisa, amiga de amar, amante”.

miércoles, 11 de agosto de 2021

EL BENEFICIO DE LA DUDA

 

Fotografía del autor

Digamos que uno ya ha llegado a una edad madura, que ha superado una larga etapa de inseguridades, de desaliño emocional e ideológico y, en definitiva, ha construido un sólido edificio de personalidad y convicciones inquebrantables. Es mucho decir, lo sé, pero seguidme el juego.

Pongamos, por contra, que la realidad que rodea a este individuo maduro está quebrándose o, aún peor, licuándose de modo que no hay nada que pueda retener, nada que permanezca inalterado. Los referentes ni son estables ni son compartidos por la comunidad, hasta el punto de que ha arraigado en el subconsciente un estado de alarma permanente que invita al sálvese quien pueda.

¿Cómo es posible mantener en esta situación una estabilidad emocional y social? ¿Cómo podemos sobrevivir en una formidable inundación de información si toda la que nos llega es un caldo emponzoñado? Y lo más importante: ¿Cómo desarrollar una existencia proactiva, serena, estimulante?

No estoy seguro de que sea posible. Pero, cuidado, mi duda no comporta el abandono de toda esperanza. Es más, la duda puede ser un buen instrumento para buscar en la rebotica lo que no muestra el escaparate. Porque, contrariamente a lo que se cree, lo que no se ve también existe.

Entremos, pues en la rebotica. A partir de ahora en lugar de jugar a “veo, veo” como si fuéramos niños, comenzaremos a jugar a “no veo, no veo”, como si fuéramos adolescentes que, con una desbordante inquietud, buscan lo desconocido, lo oculto.

No veo, no veo a millones de personas que plantan árboles en una lucha titánica por recuperar la fertilidad y la biodiversidad de cada rincón de la Tierra. Solo veo grandes incendios, sufrimiento, derrota. Y a todo el mundo dando la batalla por perdida.

No veo, no veo a miles de científicos, de intelectuales, de pensadores que buscan soluciones plausibles a los terribles retos que se avecinan. Seres extraordinarios que deberían ser una fuente de inspiración para todas nuestras hijas y todos nuestros hijos, mientras una parte del mundo llora por la marcha de un futbolista a otro equipo en el que la otra parte del mundo se abraza eufórica por la llegada del mismo interfecto.

No veo, no veo a millones de jóvenes que han decidido subirse a una bicicleta y atravesar las junglas urbanas, entre la amenaza de ser engullido y ser despreciado por los orgullosos propietarios de un pedazo de jaula de Faraday que, en lugar de aislar de los campos magnéticos, te aísla de toda señal de vida inteligente.

No veo, no veo a todas aquellas personas que luchan sin descanso para preservar el patrimonio comunal, el hogar de todo lo que es vida, de la especulación y la explotación privativa frente a los poderes que envuelven la destrucción en celofán de bonitos colores, de promesas de prosperidad generalizada, una prosperidad que promueve nuevas necesidades que cubrir hasta elevar la espiral del absurdo a lo más alto de un buen montón de basura que no desaparece debajo de las alfombras del reino.

No veo, no veo a millones de personas que se han privado de incluir en sus menús manjares pantagruélicos, mega proteicos, inasequibles para la mayoría, generadores de innumerables afecciones y de sobrexplotación de recursos sanitarios.

No veo, no veo el día en que todo el mundo se pregunte: si las cosas no van bien ¿por qué seguimos haciendo lo mismo? En lugar de eso, se acerca una era de carestía y de inflación global en la que lo poco que queda será el botín de los banqueros de la más rotunda miseria que se haya conocido.

Pero, entonces ¿cómo es posible mantener en esta situación una estabilidad emocional y social? ¿Cómo desarrollar una existencia proactiva, serena, estimulante?

No estoy seguro. Mi única fe es la duda, lo siento. Aunque la duda es, en realidad, lo que me mantiene vivo, porque ¿acaso no es también verosímil dudar de lo que parece una deriva inapelable? ¿Y si hay alguna manera de ver lo que hay en la rebotica? ¿Y si en la rebotica es posible reformular el futuro? ¿Y si han llegado ya a ella los verdaderos alquimistas que estábamos esperando? ¿Y si tú eres una de ellas, uno de ellos?



domingo, 1 de agosto de 2021

DESLEIR EL VACÍO

 

Fotografía: Museos de Terque

El reloj del campanario de Instinción ha dejado de medir el tiempo. Para dicha de todos los insomnes ha renunciado a tañer las horas noche y día. Seguramente sea un golpe de calor…

Es curioso cómo la ausencia del percutir nocturno de las horas ha definido un frondoso vacío en torno. Sabed que detrás de cada vacío se despeja la espesura hacia remotas manifestaciones de vida que habían quedado ocultas por el estruendo de lo evidente. Es algo parecido a lo que sucede con el concepto “España vacía”. Ay, si Jung levantara la cabeza.

“Si el inconsciente colectivo pudiera ser personificado […] no parecería una persona, sino más bien una especie de onda infinita, un océano de imágenes y de formas que emergen a la conciencia en ocasión de los sueños o de estados mentales anormales”.

Ahora que aquí ya no es rentable horadar la tierra en busca de metales, consumir la leña de miles de hectáreas de bosque, explotar a cientos de campesinos bajo un sol abrasador, sustraer las fuentes para apagar la sed de la industriosa masificación, ahora somos la España vacía. Y como está vacía, hay que llenarla de alguna manera rentable. Por ejemplo, con un sórdido mar de placas fotovoltaicas o con un despliegue de gigantescos molinos eólicos que asemejan un cadalso de cruces dispuestas a ejecutar una buena recua de disidentes.

Afortunadamente, cuando el estruendo enmudece, las manifestaciones de lo extraordinario afloran como una sutil emanación, como una líquida surgencia. Así se manifiesta la más valiosa materia prima que esconde nuestra tierra: la inteligencia.

“Sería un soñador de sueños seculares y gracias a su experiencia desmesurada, un oráculo de pronósticos incomparables. Porque habría vivido la vida del individuo, de la familia, de las tribus, de los pueblos un número considerable de veces y conocería —como un sentimiento viviente— el ritmo del devenir, de la expansión y de la decadencia”.

Si Carl-Gustav Jung levantara la cabeza, abrazaría con pasión la ferviente tarea de salvar la memoria de lo que fuimos para mantener con vida a ese pobre “soñador de sueños seculares”. Y esa industria, esa peculiar forma de minería solo es posible en aldeas pequeñas, ancianas, achacosas, orgullosas, como Terque. Pero como no tenemos a Carl-Gustav con nosotros para hacer posible cuatro milagros en uno, allí están Alejandro y sus contumaces co-laboradores para mantener viva la esperanza en cada sala y cada rincón de sus museos.

“No puedo sino llenarme del más profundo asombro y de la mayor veneración cuando me mantengo en silencio ante los abismos y las alturas de la naturaleza psíquica, mundo sin espacio que oculta una abundancia inconmensurable de imágenes amontonadas y condensadas orgánicamente durante los millones de años que hace que dura la evolución viviente. [...] Y estas imágenes no son sombras laxas, son condiciones psíquicas cuya acción es poderosa, que desconocemos, pero a las que no podemos privar de su potencia por mucho que las neguemos”.

Bendito vacío.