martes, 21 de julio de 2020

SER O NO SER



Fotografía: Yvonne Gate

No hablamos el mismo idioma, Yvonne, ya lo sé. Tú hablas con los acordes de un jazz perpetuo, dionisíaco, arropado por el hemisferio izquierdo y una memoria inquebrantable de esencias y mitos como Herbie Hancock, George Gershwin o Wynton Marsalis. Yo hablo con el logaritmo errático de un minimalismo exonerado de realidad, apolíneo, regular y onírico como un mantra tibetano que repite incansablemente nombres como Meredith Monk, Simeon ten Holt o Steve Reich.

Por fortuna, toda naturaleza es susceptible de fundirse con otra para nacer nuevos mundos, nuevas criaturas, nuevas culturas.

Alguien podría pensar que somos ciudadanos de un invierno lejano, seres desubicados, resignados, ausentes, pero no. El invierno es tan solo una fórmula esotérica en la que el sol juega a esconderse de vez en cuando. Alguien podría pensar que somos soberanos de orgullosas bibliotecas errantes, que han aprehendido el karma de cada hogar, cada calle, cada plaza, cada isla, cada pueblo en los que hemos vivido, y tal vez sea cierto.

Pero ahora sabemos que en el sur nuestros libros guardan silencio y escuchan. He comprobado que en esa anciana casa tuya el silencio de todos los libros desprende deliciosos aromas de smörgåstårta, kottbullar y glögg recién calentado, mientras en la calle los pájaros reconquistan el planeta.

Ahora es difícil saber quiénes somos. No somos de aquí, pero ya no somos tampoco de allá. Hay quien dice que tu identidad se esconde detrás de palabras que no te entienden; toda una dilatada y fascinante historia escapa a la lógica de esta pequeña y remota aldea del valle del Andarax. Sólo tu risa, doy fe, es firmemente fiel a la verdad.

Ser lo que fuimos, ser lo que seremos o lo que hubiéramos querido ser, en realidad todo ello conspira en el oscuro territorio del no ser.

Ahora te diré lo que sí somos. Somos noches de insomnio, días de canícula, deseo de comprender, de ser comprendidos, de amanecer a pesar de los dolores, hablar con un amigo, sacar la porcelana antigua, respirar simplicidad, navegar recuerdos, plantar un árbol, cuidar un nieto, recibir a un hijo, ännu en gång. 


sábado, 11 de julio de 2020

LA BANDA SONORA


Fotografía: Miguel Ángel González Carrillo


Un pueblo, una aldea, es la última frontera entre el ecúmene y el anecúmene, es decir, áreas pobladas por humanos frente a áreas pobladas por múltiples manifestaciones de vida, raramente holladas por los humanos.

Las fronteras han sido tradicionalmente zona de combate, pero también de intercambio, de mestizaje, de penetración serena y salutífera de unas sustancias en otras. Tal vez por ello, con no poca frecuencia, se producen fenómenos exóticos de comunión firme, leal, entre formas antagónicas de vida.

Nosotros, digo los humanos, casi siempre somos ajenos a las llamadas del otro lado de la frontera. Para escucharlas hay que tener un fino oído de alma atormentada por el conflicto. Ahora sé, con toda seguridad, que Miguel, el pastor, ha sido siempre hombre de fronteras.

El niño que hay en él todavía responde a la dialéctica de confrontación entre religiones, entre continentes, entre lenguas, mientras la memoria familiar deposita en su naturaleza íntima la banda sonora de cientos de vinilos operísticos perfectamente ordenados en amplios anaqueles, junto a los largos silencios de un valioso violín senescente. Aún recuerda que en aquel tiempo recibió la primera llamada, la de un pequeño cachorro.

Pero no era el momento. La lógica de la frontera todavía habría de conducirle a través de mares inciertos, hogares fugaces, alumbramientos, rupturas, dudas, determinación, mudanza.

Hasta que llegó la segunda llamada; silueta inquietante, incisiva, atávica. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora las formas se dibujan en el bosque, en el cielo, en la tierra, mientras el pastor aprende a dilatar los límites de todos sus sentidos junto a la manada. Ahora las paredes ya no hablan.

De la conversación que tuvo con la encina nada quiere revelarme, a pesar de mi obstinación.

  • Vamos, amigo, confiesa, ¿era un sueño o era realidad?
  • En verdad, no estoy seguro.
  • Es que tuve miedo al ver a los lobos.
  • No hay razón para ello. Los lobos son muy parecidos a nosotros. De hecho son el único animal que ha cuidado de un humano y le ha ayudado a sobrevivir.

Es cierto. La mitología reconoce a los lobos la maternidad nada menos que de una ciudad santa. Pero ni Kala es Luperca, ni tenemos en Instinción ningún Rómulo, ni Remo, que yo sepa...

Eso sí, con ojos insaciables Miguel horada la última frontera, la frontera entre la luz y la sombra, entre el hoy y el infinito. Observa la perfecta jerarquía de la estirpe de Aykos atrapada en la pantalla de su cámara, espera a que la imagen escape del tiempo para siempre,… y,...
¡zas!
la atrapa.

Sin embargo, aún le queda mucho por aprender. Y estoy seguro de que algo se removerá en su alma restañada por la manada cuando descubra que, mientras él los fotografía, los lobos,...
sus lobos,
escuchan una lejana y conmovedora aria de ópera.

miércoles, 1 de julio de 2020

ESCUCHAR EL CIELO



La estaciones siguen pasando puntualmente cada año. Los mayores de Instinción recuerdan la crudeza de un frío legendario pegado a sus infancias o el sofocante calor de los días de trilla en la parva y el olor de las trojes repletas de grano. El tiempo no es lo que era, no. El tiempo se descompone entre los dedos como nunca. Sin embargo, hay indicios que permanecen tozudamente.

Los pájaros siguen viniendo de muy lejos. Cada luna recompone sus cantos y sus colores, como si todo siguiera igual. Hay quien observa su presencia como una banda sonora que acompaña el pulso de la vida. Y hay quien observa detenidamente su singularidad más allá de una simple anécdota. Hace unos años llegó a Instinción uno de esos observadores perseverantes y avezados desde la húmeda y orgullosa ciudad de Leeds: el señor Garry Pearson.

Aquí hablan el mismo idioma; digo los pájaros. Sus viajes, sin embargo, son diferentes. Hablan de otros mundos, cruzan Iberia para saltar entre África y Europa principalmente. Nada que ver con el denso tráfico entre los cuatro puntos cardinales que Garry observaba ya muy joven junto a su abuelo, en sus primeras salidas de campo.

“Primero los escucho y luego los veo” me dice mientras avanza la tarde y la conversación, antes de salir en busca del Chotacabras cuellirrojo. La Sierra es pródiga en silencios; él lo sabe. Cargará su equipo en una exigua mochila y marchará en busca de conocimiento.

Con sus amigos de la SEO (Sociedad Española de Ornitología) comparte la pasión pajarera, y con sus amigos de la ABS (Andalucia Bird Society), además su lengua materna. Los pajareros en España son una rareza con aires de cierta exclusividad. En UK son una auténtica legión. Grandes asociaciones, miles de apasionados, reservas, publicaciones,… algo digno de imitar.

¿Y aquí qué se puede hacer?, le pregunto. Garry trabaja sin descanso en su pasión. Me promete que pronto habrá sorpresas en Instinción: los pájaros tendrán su espacio. De hecho, ya se pueden observar en el pueblo cajas nido en los árboles, una excelente colección de libros de aves en la biblioteca pública, algunos dibujos infantiles de sendas actividades pre-pandemia. Nuestro inglés va dejando huella.

  • ¿Echas de menos los pájaros británicos?
  • No. Echo de menos el verde del paisaje, el que trae la lluvia.

Pero Garry disfruta del sol y de los días claros mientras consume su bebida en algún bar del pueblo, normalmente en buena compañía.

  • La Abubilla, el Águila perdicera, la Carraca, la Golondrina, el Gorrión, la Oropéndola, el Ruiseñor, el Vencejo o el Tizón hablan muy bien de ti, amigo. Supongo que te traes algún negocio con ellos.
  • Puede ser…

Tengo grandes esperanzas depositadas en este tizonero de adopción. Mientras me mantiene en vilo con sus futuros proyectos, apuramos nuestras copas. Y reconozco que desde hace algún tiempo escucho muchos más pájaros en el pueblo. La sinfonía adquiere matices emocionantes, como aquel frío inolvidable de la infancia de todo un pueblo. Será el efecto del confinamiento.