sábado, 11 de julio de 2020

LA BANDA SONORA


Fotografía: Miguel Ángel González Carrillo


Un pueblo, una aldea, es la última frontera entre el ecúmene y el anecúmene, es decir, áreas pobladas por humanos frente a áreas pobladas por múltiples manifestaciones de vida, raramente holladas por los humanos.

Las fronteras han sido tradicionalmente zona de combate, pero también de intercambio, de mestizaje, de penetración serena y salutífera de unas sustancias en otras. Tal vez por ello, con no poca frecuencia, se producen fenómenos exóticos de comunión firme, leal, entre formas antagónicas de vida.

Nosotros, digo los humanos, casi siempre somos ajenos a las llamadas del otro lado de la frontera. Para escucharlas hay que tener un fino oído de alma atormentada por el conflicto. Ahora sé, con toda seguridad, que Miguel, el pastor, ha sido siempre hombre de fronteras.

El niño que hay en él todavía responde a la dialéctica de confrontación entre religiones, entre continentes, entre lenguas, mientras la memoria familiar deposita en su naturaleza íntima la banda sonora de cientos de vinilos operísticos perfectamente ordenados en amplios anaqueles, junto a los largos silencios de un valioso violín senescente. Aún recuerda que en aquel tiempo recibió la primera llamada, la de un pequeño cachorro.

Pero no era el momento. La lógica de la frontera todavía habría de conducirle a través de mares inciertos, hogares fugaces, alumbramientos, rupturas, dudas, determinación, mudanza.

Hasta que llegó la segunda llamada; silueta inquietante, incisiva, atávica. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora las formas se dibujan en el bosque, en el cielo, en la tierra, mientras el pastor aprende a dilatar los límites de todos sus sentidos junto a la manada. Ahora las paredes ya no hablan.

De la conversación que tuvo con la encina nada quiere revelarme, a pesar de mi obstinación.

  • Vamos, amigo, confiesa, ¿era un sueño o era realidad?
  • En verdad, no estoy seguro.
  • Es que tuve miedo al ver a los lobos.
  • No hay razón para ello. Los lobos son muy parecidos a nosotros. De hecho son el único animal que ha cuidado de un humano y le ha ayudado a sobrevivir.

Es cierto. La mitología reconoce a los lobos la maternidad nada menos que de una ciudad santa. Pero ni Kala es Luperca, ni tenemos en Instinción ningún Rómulo, ni Remo, que yo sepa...

Eso sí, con ojos insaciables Miguel horada la última frontera, la frontera entre la luz y la sombra, entre el hoy y el infinito. Observa la perfecta jerarquía de la estirpe de Aykos atrapada en la pantalla de su cámara, espera a que la imagen escape del tiempo para siempre,… y,...
¡zas!
la atrapa.

Sin embargo, aún le queda mucho por aprender. Y estoy seguro de que algo se removerá en su alma restañada por la manada cuando descubra que, mientras él los fotografía, los lobos,...
sus lobos,
escuchan una lejana y conmovedora aria de ópera.