jueves, 21 de octubre de 2021

CONTICINIO


En la distancia se obtiene casi siempre la dimensión precisa de lo cotidiano. Tal vez por ello recomendaba Comenio tan fervientemente el viajar como escuela del saber. Porque lo importante de un viaje es apreciar la exactitud de todas y cada una de las mutaciones percibidas al regreso. Nada es igual a como lo recordábamos y, sin embargo, todo vuelve a ser familiar. Porque, en realidad, lo que ha cambiado no es aquello que observamos, sino el observador. ¿Cuál es entonces la dimensión precisa de lo cotidiano? Solo podremos descubrirlo viajando a lo no cotidiano.

El problema de comparar es que frecuentemente cometemos el error de comparar cosas que no son equiparables. Os pondré un ejemplo. Emprendemos un viaje a un lugar estimulante o relajante, según se desee. Llegamos y comenzamos a disfrutar de todo aquello que echábamos de menos; lo extraordinario. Pero llega un momento en que comenzamos a echar de menos aquello que hemos dejado atrás; lo ordinario. Y, en realidad, cada lugar tiene su propia identidad, sus virtudes y sus deméritos. Lo que importa es lo que ese lugar despierta en nosotros como observadores. 

Y qué decir del aura que rodea al viajero. Cómo estimulan sus andanzas la imaginación del auditorio. “¿Cuánto de lejos hay que llegar para tocar el horizonte? ¿Cómo respiran los amantes de una noche polar? ¿A qué sabe el beso de la arena del desierto? ¿Quién ha inventado las palabras que nos traes?” El oyente construye de ese modo su propio viaje y, al concluir la pormenorizada exposición de tan emocionante relato, percibe claramente que algo ha cambiado. ¿Pero acaso no ha viajado también?

¿Entonces, es posible viajar al interior de nuestras almas? ¿No es eso bucear realmente en lo extraordinario? ¿No es una escuela del saber? Tomar distancia como si fueras habitando un alter ego, un testigo leal, amable, que observa prudente el devenir de nuestra existencia. Y cuando regresa nos relata cómo ha logrado rodear el horizonte en el crepúsculo, cómo se ha estremecido amando al calor de la noche polar, cómo ha besado sin ruborizarse la mejilla del desierto o cómo inventó la palabra conticinio para fruncir nuestro sueño al suyo, para siempre.

Puede que no esté preparado para un viaje tan profundo. Tal vez ni siquiera para soportar una simple visita a la gran ciudad. Pero en cada paisaje, en cada tránsito hay algo que me muestra aquello que algún día puede llegar a ser. Y casi siempre encuentro algún amigo con quien compartir largas conversaciones, relatos de unas vidas que se cruzan y entrecruzan hasta que dan las tantas, hasta desembocar en un silencio acogedor que puebla incluso el más recóndito rincón de la madrugada.


lunes, 11 de octubre de 2021

ENVEJECER

 

Fotografía del autor

Afortunadamente, si las cosas no han ido demasiado mal en la vida, la edad te reporta un exquisito -aunque exiguo- ramillete de amigos. Un fresco bouquet de colores vibrantes que endulzan nuestra estancia de un aroma intenso, emotivo, familiarmente exótico. Confortablemente estimulante, diría yo.

Nos conocen bien, y saben guardar silencio cuando es preciso, escuchar atentamente si lo necesitamos, o decir aquello que otros no osarían jamás nombrar. Porque, aunque han pasado muchos años, todavía compartimos la ambición de seguir descubriendo nuevas formas de vivir o, lo que es lo mismo, nuevas formas de comprender qué es la vida.

Es así como, de tanto en tanto, una de esas voces se levanta para alertar de un extravío: “Amigo mío, así no. Has perdido el rumbo. Te estás volviendo un cascarrabias”.

Lo sabemos; suelen tener razón, y lo más sensato es reconocerlo y enmendar lo antes posible. No será porque nos falten ejemplos de cómo hay que hacer las cosas. Solo hace falta mirar alrededor y observar cuidadosamente la dignidad de los silencios que atesoran algunas miradas en el parque, o el hacendoso trajín del devenir doméstico detrás de los balcones.

Van pasando los años y, ciertamente, no quisiera parecerme a nada ni nadie que quiera considerarse marchito. Ya sé que no va a ser fácil. Hay dolores y omisiones que nos recuerdan todos los días que hemos abandonado la frontera de la irreductibilidad. Pero insisto, no faltan ejemplos de resistencia.

Pasean por las calles la dignidad de conocer cada rincón, cada latido y cada soplo de la memoria. Construyen con la mirada mundos que fueron, leales hasta la muerte a cada sentimiento, a cada filiación, a cada amanecer como ese nuevo tesoro inmerecido. Beben lentamente el néctar de la vida, desde la convicción de que la sangre nueva que atrona hoy las calles empinadas de este pueblo regará algún día de consuelo a otras generaciones venideras, en el ocaso de sus días. Y, más allá de todas las limitaciones, los prejuicios, los augurios o las ambiciones de quienes nunca han estado a la altura de su apabullante sencillez, incluso se atreven a liderar una comunidad.

Es patrimonio de unas pocas almas, solamente aquellas que han mirado con ojos claros la luz que nace la infancia y acaba decantándose en ella, en un viaje de ida y de vuelta, indiferente a todas las edades, el llegar a ser venerable. Almas sencillas e inagotables como la de nuestro entrañable alcalde.


viernes, 1 de octubre de 2021

EPIDEMIA DE INDOLENCIA

 


No sé si es bueno o malo, pero lo cierto es que todas las mañanas comienzo escudriñando las noticias en la prensa digital. Me gustaba mucho más hojear el periódico, claro, con su olor a tinta y el caótico despliegue de papel sobre la mesa, a modo de retablo omnisciente. Pero las cabeceras que más me interesan ya no se publican en papel, y las que sí lo hacen no llegan a Instinción. Así que no hay más remedio que mudar de costumbres.

Me gusta saber qué ocurre y tratar de comprender el porqué. Os aseguro que no es fácil; sobre todo lo segundo. Hay demasiadas claves ocultas en todos los sucesos, procesos, fenómenos sociales. Claves que se ocultan deliberadamente y claves que por su complejidad son difíciles de contemplar. Desconfío por norma de todo aquel o toda aquella que pontifiquen sin rubor sobre lo que fuere. Los pontífices de la realidad, los sumos sacerdotes que lo saben todo adolecen del principio fundamental de la sabiduría: el querer saber. Pero su objetivo no es explicar la realidad, es evidente. Lo que pretenden es crear opinión, sustentar grupos de poder (eso que ahora llaman lobbies). Mientras tanto un pequeño blog llamado Instinción Rebelión, la aldea gala en pleno imperio, sigue su singladura edificando el estado soberano de la duda.

No es lo único en lo que esta bitácora va a contra corriente. Me explico.

Otros fenómenos generalizados que infectan la información diaria son la banalización del dolor y la creación de un sentimiento generalizado de impotencia. El dolor repetido hasta la extenuación, efectivamente agota la capacidad de conmoverse, de afectarnos. El dolor ajeno repetido y repetido ya no duele: nos hace indolentes. Por otro lado, la monstruosa magnitud del mal que ocupa todo el orbe informativo nos vence y nos convence de que nada podemos hacer frente a ello. Nos invita a ocuparnos de nuestro pequeño reino privado que ofrece un sinfín de satisfacciones por un módico precio -o no tan módico-, el reino del hedonismo consumista, del individualismo insolidario: el reino de la indolencia. Mientras tanto un pequeño blog llamado Instinción Rebelión, la aldea gala en pleno imperio, habla de personas que hacen cosas extraordinarias, que actúan sin afán de protagonismo, tejiendo una red de ilimitadas posibilidades.

Probablemente sea tarde para dar solución a algunos problemas, incluso para atenuarlos en el mejor de los casos. Soy consciente de ello. Y, sin embargo, todas las mañanas busco entre las informaciones de actualidad algo que mueva a la esperanza, algo que cambie el paso. A estas alturas no sé si es bueno o malo. Pero me gusta saber si ocurre y, sobre todo, cómo ocurre. Y no es frecuente, aunque sí es relevante compartir con urgencia claves que son concluyentes y que son innovadoras (eso que llaman ahora disruptivas).

Sin pontificar, si es posible...