lunes, 11 de octubre de 2021

ENVEJECER

 

Fotografía del autor

Afortunadamente, si las cosas no han ido demasiado mal en la vida, la edad te reporta un exquisito -aunque exiguo- ramillete de amigos. Un fresco bouquet de colores vibrantes que endulzan nuestra estancia de un aroma intenso, emotivo, familiarmente exótico. Confortablemente estimulante, diría yo.

Nos conocen bien, y saben guardar silencio cuando es preciso, escuchar atentamente si lo necesitamos, o decir aquello que otros no osarían jamás nombrar. Porque, aunque han pasado muchos años, todavía compartimos la ambición de seguir descubriendo nuevas formas de vivir o, lo que es lo mismo, nuevas formas de comprender qué es la vida.

Es así como, de tanto en tanto, una de esas voces se levanta para alertar de un extravío: “Amigo mío, así no. Has perdido el rumbo. Te estás volviendo un cascarrabias”.

Lo sabemos; suelen tener razón, y lo más sensato es reconocerlo y enmendar lo antes posible. No será porque nos falten ejemplos de cómo hay que hacer las cosas. Solo hace falta mirar alrededor y observar cuidadosamente la dignidad de los silencios que atesoran algunas miradas en el parque, o el hacendoso trajín del devenir doméstico detrás de los balcones.

Van pasando los años y, ciertamente, no quisiera parecerme a nada ni nadie que quiera considerarse marchito. Ya sé que no va a ser fácil. Hay dolores y omisiones que nos recuerdan todos los días que hemos abandonado la frontera de la irreductibilidad. Pero insisto, no faltan ejemplos de resistencia.

Pasean por las calles la dignidad de conocer cada rincón, cada latido y cada soplo de la memoria. Construyen con la mirada mundos que fueron, leales hasta la muerte a cada sentimiento, a cada filiación, a cada amanecer como ese nuevo tesoro inmerecido. Beben lentamente el néctar de la vida, desde la convicción de que la sangre nueva que atrona hoy las calles empinadas de este pueblo regará algún día de consuelo a otras generaciones venideras, en el ocaso de sus días. Y, más allá de todas las limitaciones, los prejuicios, los augurios o las ambiciones de quienes nunca han estado a la altura de su apabullante sencillez, incluso se atreven a liderar una comunidad.

Es patrimonio de unas pocas almas, solamente aquellas que han mirado con ojos claros la luz que nace la infancia y acaba decantándose en ella, en un viaje de ida y de vuelta, indiferente a todas las edades, el llegar a ser venerable. Almas sencillas e inagotables como la de nuestro entrañable alcalde.