miércoles, 21 de abril de 2021

FASES

 

Fotografía del autor

Siempre es recomendable comenzar un nuevo capítulo desde el desconcierto, desde la turbulencia. Dejar que el viento sople, arrastrando ídolos, impactando en nuestro rostro con toda la frialdad de una perturbadora revelación.

En efecto, la confusión tiene por costumbre alimentar caprichosas confluencias. Y hay que tener mucho valor para ir decantando toda clase de insuficiencias en la marmita, como tributo, mientras removemos en ella nuestras tripas a fuego lento.

Más o menos eso fue lo que sucedió hace un año, un once de abril. Nació Instinción Rebelión.

No recuerdo en qué fase se encontraba la luna.

Probablemente la simiente de este blog hubiera crecido más vigorosa si la hubiera plantado en cuarto creciente. Pero el caso es que llevo removiendo vísceras sin pudor durante un largo año, y creo que corremos el riesgo de que esto empiece a desprender rancios vapores.

Los ciclos naturales tienen la ventaja de estar siempre ahí, cuando los necesitas, cuando pierdes el rumbo. Todo lo que te rodea interpreta a la perfección la partitura de la primavera, la del cuarto creciente, la del estío, … todo menos yo.

Por eso no deja de ser recomendable ingresar en una nueva fase desde el silencio.

Dejarse empapar por un caudal inagotable de silencio.


domingo, 11 de abril de 2021

EL PORQUÉ DE LAS COSAS

 

Fotografía del autor

Nadie diría que se puede llegar a conocer el porqué de las cosas sumergido en la obstinada reverberación de una melodía. Y, sin embargo, no dejo de pensar al escuchar la Missa L'homme armé de Josquin de Prez que ahí está el fundamento de algo importante. Todas las voces, las diferentes voces, conviven armoniosamente para crear una única bella polifonía.

Yo, de niño, coleccionaba un maravilloso álbum de cromos que se llamaba así: El porqué de las cosas. La fascinación que me producían aquellos cromos era solamente comparable a la que experimentaba cuando estrenaba mis libros escolares. Allí había un buen montón de respuestas a preguntas que todavía ni siquiera me había planteado.

La dialéctica infantil entre el cuestionamiento y el descubrimiento se retroalimenta enérgicamente, pero no desde la perspectiva de una voz solista; el ego todavía no ha creado una barrera entre el yo y la realidad. Las infancias están conectadas al mundo íntimamente. Forman parte de la polifonía de la vida.

Pero esas niñas y esos niños que buscan respuestas no buscan certezas, no las necesitan, porque su estado natural es de permanente cuestionamiento, de permanente excitación por disponer de un mundo por descubrir. Viven cómodamente en la duda. Somos nosotros los que vamos delimitando en su educación explicaciones acomodaticias ahormadas en compartimentos estancos.

Ese es el proceso por el cual vamos desconectándonos de la vida. Crece el ego, como manifestación de una realidad única y aislada sin escala de grises; lo blanco es blanco y lo negro es negro. Irrumpen las manifestaciones de ese ego en forma de ruido, agresividad, arrogancia, falta de empatía, desprecio, sometimiento.

Es curioso que en la naturaleza la polifonía solo se vea conmovida de tanto en tanto por fenómenos excepcionales como truenos, erupciones, estallido de meteoros en la atmósfera, terremotos. Todas las manifestaciones de ruido están ligadas a potenciales catástrofes.

En nuestra sociedad, el reino del ego nos ha sumido en una catástrofe continua, en una invocación tóxica a todo tipo de ruidos. Pero lo más curioso es que hemos desarrollado una aversión patológica a la duda, lo cual nos empuja a abrazar cualquier tipo de dogma sin cuestionarnos demasiado sobre su naturaleza.

En fin, qué complicado es todo esto. Creía que escuchando a Josquin des Prez iba a comprender el porqué de las cosas. Quizá solamente me sentía algo más conectado a algo fundamental de la vida. Quizá solamente quería ser una voz más en el coro. Lo cierto es que siempre me he sentido cómodo en la duda. Será que cada vez distingo peor la segregación entre las cosas y es que no existe, ni hay que buscarlo, un solo porqué.

Aunque para asimilar esto último, os recomiendo encarecidamente pasar de la coral majestad de Josquin des Prez a una desconsolada voz solista de Giovanni Legrenzi en su maravilloso Lumi potete piangere. Todo sea por abrazar la permanente excitación de disponer de todo un mundo por descubrir.


jueves, 1 de abril de 2021

EL COLOR DE LAS SOMBRAS

 


Creo que ya va siendo hora de que reconozcamos que nadie recuerda cómo era la noche.

Desde el espacio se distingue claramente el mapa nocturno de los continentes. Diríase que entre todos los nudos de resplandor que forman los conglomerados urbanos se extiende una extensa y tupida red neuronal de conexiones, un continuo que apenas deja espacio a las sombras, ni al silencio.

Desde la superficie no se adivinan las estrellas. Ya no tenemos la sensación de observar la grandeza del universo. Las formas de vida que poblaban la oscuridad se retiran a pequeños reductos de anecúmene. Sus sonidos tan característicos nos abandonan.

Y la humanidad suspira por dormir. Qué ironía, ¿no? Ahora que la verdadera noche se ha desconfigurado, la ciencia, en lugar de recomponerla, nos entrega a la adicción a medicamentos cada vez más complejos. Pero esa es solo una parte de la realidad, porque, creedme, todo lo que nos rodea sufre de insomnio, no solo nosotros.

La noche que ya no recordamos guardaba secretos inestimables, sueños apasionantes, aromas exclusivos, espacios ignotos, un tiempo voluptuoso, espejos de sombras en los que demostrar que el ego es siempre alter.

La noche que ya no recordamos remendaba nuestros tejidos, como el manto de Penélope, una y otra vez. Descomponía miedos en un caleidoscopio bañado en sudor frío. Creaba vórtices de amor. Sí, amor ora sublime, ora eterno, ora ingrávido, como un hogar ardiente que descifra con su hipnótico relampagueo el color exacto de las sombras.

Aquí los chasquidos de la leña, de fondo, el percutir del autillo y agazapado en la balsa, un croar lejano. En la tierra, la persistente estridulación de un grillo; en el cosmos, la penitente pulsión de estrellas de neutrones. Y si había chasquidos en las sombras es porque uno se sentía minúsculo ante la inmensidad del cielo. ¿Acaso eso era malo? La sensación de sentirse vivo te abrazaba con urgencia. Todos nuestros sentidos se despertaban de golpe, y ya no eran solo cinco. Todas las historias renacían sobre el resplandor de las últimas brasas.

No quiero olvidar cómo era la noche. Tal vez por eso me adentro en la espesura de las sombras de tanto en tanto. Reconozco en ellas fulguraciones ancestrales. Recompongo en mí conexiones inestables. Y con un poco de suerte, con un poco de serenidad, apago las luces, todas las luces, y enciendo la vida por un instante.