jueves, 1 de abril de 2021

EL COLOR DE LAS SOMBRAS

 


Creo que ya va siendo hora de que reconozcamos que nadie recuerda cómo era la noche.

Desde el espacio se distingue claramente el mapa nocturno de los continentes. Diríase que entre todos los nudos de resplandor que forman los conglomerados urbanos se extiende una extensa y tupida red neuronal de conexiones, un continuo que apenas deja espacio a las sombras, ni al silencio.

Desde la superficie no se adivinan las estrellas. Ya no tenemos la sensación de observar la grandeza del universo. Las formas de vida que poblaban la oscuridad se retiran a pequeños reductos de anecúmene. Sus sonidos tan característicos nos abandonan.

Y la humanidad suspira por dormir. Qué ironía, ¿no? Ahora que la verdadera noche se ha desconfigurado, la ciencia, en lugar de recomponerla, nos entrega a la adicción a medicamentos cada vez más complejos. Pero esa es solo una parte de la realidad, porque, creedme, todo lo que nos rodea sufre de insomnio, no solo nosotros.

La noche que ya no recordamos guardaba secretos inestimables, sueños apasionantes, aromas exclusivos, espacios ignotos, un tiempo voluptuoso, espejos de sombras en los que demostrar que el ego es siempre alter.

La noche que ya no recordamos remendaba nuestros tejidos, como el manto de Penélope, una y otra vez. Descomponía miedos en un caleidoscopio bañado en sudor frío. Creaba vórtices de amor. Sí, amor ora sublime, ora eterno, ora ingrávido, como un hogar ardiente que descifra con su hipnótico relampagueo el color exacto de las sombras.

Aquí los chasquidos de la leña, de fondo, el percutir del autillo y agazapado en la balsa, un croar lejano. En la tierra, la persistente estridulación de un grillo; en el cosmos, la penitente pulsión de estrellas de neutrones. Y si había chasquidos en las sombras es porque uno se sentía minúsculo ante la inmensidad del cielo. ¿Acaso eso era malo? La sensación de sentirse vivo te abrazaba con urgencia. Todos nuestros sentidos se despertaban de golpe, y ya no eran solo cinco. Todas las historias renacían sobre el resplandor de las últimas brasas.

No quiero olvidar cómo era la noche. Tal vez por eso me adentro en la espesura de las sombras de tanto en tanto. Reconozco en ellas fulguraciones ancestrales. Recompongo en mí conexiones inestables. Y con un poco de suerte, con un poco de serenidad, apago las luces, todas las luces, y enciendo la vida por un instante.