jueves, 21 de enero de 2021

INVENTARIO

 

Fotografía del autor

Lejos, muy lejos de aquí, todo lo lejos que pueda quedar un sueño cuando abrimos pesadamente los ojos contra nuestra voluntad, había una criatura que jugaba con una pelota. La pelota, algo achatada, quedaba de cuando en cuando atrapada por un bache del camino. Pero todo era cuestión de propinarle un leve empujón, y la esfera seguía rodando de manera más o menos predecible calle abajo.

Esa esfera, amigos míos, no era otra cosa que la realidad.

Es duro despertar. A veces parece que seguimos en un sueño, incluso que ingresamos en una pesadilla. Y en esa pesadilla ya no hay esfera. Ahora soy yo el que empuja penosamente una piedra de ángulos francamente imperativos, y cada vez que avanza un escalón parece que me va a aplastar bajo la magnitud de una nueva incertidumbre. El lecho se presenta empapado de sudor y de miedo. Mi cuerpo se retuerce dominado por temblores.

¡Ya está bien! ¡Basta! Desde mi pequeña celda de confinamiento recurrente confieso que siento una fatiga tristemente dolorosa.

Es cierto, algunas cosas ya iban mal antes de la pandemia. La fiesta del individualismo nos conducía irremediablemente al duelo de la soledad, etc, etc... Pero, qué demonios, yo nunca he querido renunciar a seguir estrechando lazos. Hay muchos balcones orientados al futuro. Abrir sus puertas y llamar al vecindario fue siempre un ejercicio de espíritu saludable.

Con la mente algo extraviada por la obstinación de los hechos, abro hoy inventario de capacidades y posibilidades. Puede que no disponga de la misma agudeza de la que hice gala antaño. Y sé que por el camino se han perdido cosas tan imprescindibles como la alegría y la confianza. Es un agujero enorme, ciertamente desolador.

Pensándolo bien, puede que no quede nada, que al despertar del sueño hayamos descubierto toda nuestra desnudez. ¡Ay de mí! El inventario acaba antes de comenzar. Así es que nada me arropa. Lo sospechaba. Íntimamente siento que solo el tímido sol de enero establece un vínculo real con lo que soy. Vaya, he aquí un elemento en el “haber”.

Y, sin embargo es ahora que soy consciente de mi desnudez cuando compruebo que mis problemas no eran más que absurdas entelequias; el peso de una deuda monstruosa que no hacía más que crecer y devorarme. Vaya, algo que borrar en el “debe”.

No está mal. El inventario acaba de comenzar. Es curioso sentir los pies desnudos sobre la tierra. Hacía mucho tiempo que no lo experimentaba. Diría, juraría que algo me atraviesa y me conmueve. ¿Lo apunto en el “haber”?


lunes, 11 de enero de 2021

QUÉ HACER

 

Fotografía: José Antonio López Salvador

Después del temporal, el cielo resplandece insultantemente. Con los ojos bien abiertos y la nieve coronando las montañas viene a mi pensamiento la fuerza de las corrientes que arrastran todo lo que encuentran a su paso, y no hablo de agua.

Todos tenemos la extraña impresión de que el año comienza con el mismo corolario de calamidades y de que cada una supera a la anterior. Zarandeados, arrastrados por el imperativo de la actualidad es verdaderamente difícil tener una perspectiva consistente sobre la vida. Parece irresistible subirse al tren de los acontecimientos, ese tren en el que cada día ocurre algo “histórico”. Qué importante debe de ser esta época que estamos viviendo, ¿verdad?, la más importante jamás vivida.

Y, sin embargo, resulta frustrante. Todo lo que sucede parece tener la maldita obsesión de emponzoñar todavía más el mundo en que vivimos. La velocidad de la vida se acelera o, al menos, tenemos esa extraña sensación. El tiempo se nos escapa de las manos sin cumplir aquellos ambiciosos objetivos que daban sentido a todo.

Os he hablado en estos meses de muchas personas que poseen la cualidad de estar completamente fuera de este ciclo absurdo de hechos histéricos. Os he hablado de individuos que viven sus días sin estar obsesionados por dejar huella, porque esa y no otra es la cualidad de la vida: ser evanescente.

Mientras la humanidad continúa de espaldas a los ciclos naturales, mientras el día o la noche apenas sirven para algo más que determinar si necesitamos encender un interruptor, mis maestros, por ejemplo, se levantan al alba para ir al bancal, leen en el el cielo, como en un libro, el lenguaje del agua, el viento y sobre todo la luna, observan minuciosamente la salud de sus árboles y sus cultivos, administran atenciones, curan su piel al sol, toman un bocado y consuelan sus largos minutos de soledad con una extensa meditación que horada las fronteras del tiempo. Yo admiro a estos maestros, tizoneros como Antonio o Felipe; dos generaciones diferentes, que constituyen otro ciclo fundamental de la existencia.

No busquéis, por tanto, su huella en el barro de estos días, tras la lluvia, buscadla en vuestra mesa y en vuestro corazón. Aunque la levedad de su presencia no sea conquistada por la ciencia o el carbono 14, dentro de mil años, espero que perviva en aquellos que sigan su estela, para honrar sin descanso la mañana, el agua, el aire, la luna.


viernes, 1 de enero de 2021

PRELUDIO

 

Fotografías: Pilar Barrachina

Dicen que no hay que mirar atrás, que hay que vivir el presente con toda la intensidad posible, como si no hubiera un mañana, ni un ayer. Y aquí estamos, en un hito del camino, con la respiración algo sofocada por la pendiente que hemos dejado atrás, observando una luenga y angosta senda que asciende otro trecho de la montaña ante nosotros.

Sé que para llegar al siguiente hito harán falta trescientos sesenta y cinco días. Veo que el camino atraviesa todo tipo de parajes y contingencias: pedregales, fuentes, bosques, arroyos, promontorios, pueblos, eriales, abismos, oquedades, valles, rostros nuevos, almas ya conocidas, pero, como creo que podéis imaginar, desconozco qué suerte he de correr en ellos.

Mientras tomo aliento en esta parada, ciertamente no puedo evitar mirar atrás. Desde aquí el paisaje no es el que recordaba. Ahora lo veo todo diferente. Tengo la sensación de estar observando un viejo retablo con toda la profusión de sus historias simultáneas, con épicas conquistas, remotos sufrimientos, guiños del destino, paradojas vitales, ausencias, requiebros, descubrimientos… En fin, la memoria de todos esos episodios forma parte de mi propia sangre. Cómo voy a dar la espalda a todo eso.

Pero, ya sabéis, mi patria es Machado. Soy la voz de un exilio permanente, de un arraigo tan sutil como íntimo, y no puedo hablar de camino si no hay caminante: se hace camino al andar. Tal vez por ello siento ahora la necesidad de formular un deseo, mientras preparo de nuevo una mochila cada vez más ligera: vivir la vida de modo que, si el transcurso del tiempo tuviera la tentación de invertirse, todo lo que pueda hacer en mis sucesivos presentes vuelvan a hacer de mí en el pasado aquel muchacho honesto y consciente; aquel niño torpe, intuitivo y feliz que seré, que fui. Hasta el principio de mis días, hasta el primer aliento.