lunes, 11 de enero de 2021

QUÉ HACER

 

Fotografía: José Antonio López Salvador

Después del temporal, el cielo resplandece insultantemente. Con los ojos bien abiertos y la nieve coronando las montañas viene a mi pensamiento la fuerza de las corrientes que arrastran todo lo que encuentran a su paso, y no hablo de agua.

Todos tenemos la extraña impresión de que el año comienza con el mismo corolario de calamidades y de que cada una supera a la anterior. Zarandeados, arrastrados por el imperativo de la actualidad es verdaderamente difícil tener una perspectiva consistente sobre la vida. Parece irresistible subirse al tren de los acontecimientos, ese tren en el que cada día ocurre algo “histórico”. Qué importante debe de ser esta época que estamos viviendo, ¿verdad?, la más importante jamás vivida.

Y, sin embargo, resulta frustrante. Todo lo que sucede parece tener la maldita obsesión de emponzoñar todavía más el mundo en que vivimos. La velocidad de la vida se acelera o, al menos, tenemos esa extraña sensación. El tiempo se nos escapa de las manos sin cumplir aquellos ambiciosos objetivos que daban sentido a todo.

Os he hablado en estos meses de muchas personas que poseen la cualidad de estar completamente fuera de este ciclo absurdo de hechos histéricos. Os he hablado de individuos que viven sus días sin estar obsesionados por dejar huella, porque esa y no otra es la cualidad de la vida: ser evanescente.

Mientras la humanidad continúa de espaldas a los ciclos naturales, mientras el día o la noche apenas sirven para algo más que determinar si necesitamos encender un interruptor, mis maestros, por ejemplo, se levantan al alba para ir al bancal, leen en el el cielo, como en un libro, el lenguaje del agua, el viento y sobre todo la luna, observan minuciosamente la salud de sus árboles y sus cultivos, administran atenciones, curan su piel al sol, toman un bocado y consuelan sus largos minutos de soledad con una extensa meditación que horada las fronteras del tiempo. Yo admiro a estos maestros, tizoneros como Antonio o Felipe; dos generaciones diferentes, que constituyen otro ciclo fundamental de la existencia.

No busquéis, por tanto, su huella en el barro de estos días, tras la lluvia, buscadla en vuestra mesa y en vuestro corazón. Aunque la levedad de su presencia no sea conquistada por la ciencia o el carbono 14, dentro de mil años, espero que perviva en aquellos que sigan su estela, para honrar sin descanso la mañana, el agua, el aire, la luna.