martes, 21 de diciembre de 2021

RENACER

 

Fotografía del autor

Puede suceder cualquier mañana. No, la luz todavía no será una promesa rotunda, si bien unas y otros irán dibujando ya sobre las sábanas perfiles imprecisos para nacer de nuevo el mundo.

Un mundo conocido, eso sí. Porque ya es sabido que para despertar el mundo es necesario recuperar la copia exacta que quedó almacenada en nuestra memoria justo la noche anterior.

Entre órdenes confusas, cuerpos y mentes tratarán de recuperar el don de replicar todas aquellas rutinas necesarias para comenzar a otorgar sentido a la vida. En general, los cuerpos avanzarán en estas tareas algo más rápido que las mentes. Porque los cuerpos son esa parte del yo que ejecuta sin cuestionar. Y las mentes volverán a preguntarse el porqué de las cosas desde una cierta ebriedad onírica. Porque las mentes son esa parte del yo que cuestiona sin ejecutar.

Pero realmente puede suceder sin previo aviso que ella o él, cansados de observar obediencia al recurrente ritual, despierten sencillamente a la posibilidad de una nueva vida. Renazcan.

En tal caso, desde el claroscuro del amanecer -nunca antes ni más tarde- irán dibujando los nuevos perfiles de un mundo en construcción, desde una memoria tierna e inconsistente en la que vendrán a ingresar los aromas por primera vez, un rostro vagamente familiar o las evocadoras sonoridades de las paredes de una estancia. De alguna manera sus cuerpos, cansados de ejecutar sin objeciones su desempeño de tareas conocidas, irán afinando una nueva capacidad para cuestionar los límites de lo desconocido. Mientras sus mentes, cansadas de sufrir alteraciones cabalísticas sin fundamento, comenzarán a ejecutar firmemente sus deseos al calor de una voraz apetencia.

Es cierto que seguirán sin saber de dónde venimos o a dónde vamos. Porque probablemente eso no sea útil para desenvolverse satisfactoriamente en el desempeño de su objetivo vital. Pero lo que es indudable es que cada vez que decidan nacer o renacer, ingresarán en el umbral de un nuevo yo deconstruido, de una conciencia impropia que todavía pertenecerá íntimamente a cada rincón que la sustenta, que solo se construirá y se fundamentará a sí misma con cada descubrimiento nuevo, con cada despertar.

Y dejarán de dudar cada mañana si merece la pena levantarse.


sábado, 11 de diciembre de 2021

DÍAS LÍQUIDOS

 

Fotografía del autor

Es curioso cómo ha calado la percepción de que las estructuras sociales que nos sustentaban se están descomponiendo, cuando, en realidad, las únicas estructuras que se desvanecen son las del apoyo mutuo y las de la memoria. Porque lo cierto es que la jerarquía sobrevive y goza de muy buena salud. De ese modo, y empleando la nomenclatura de Zygmunt Bauman, la liquidez de la modernidad solo se manifestaría en determinadas estructuras, mientras que otras se han conservado con una renovada solidez.

No me sorprende. Todo ello entra en la lógica del mercado. Es mucho más rentable desposeer al individuo de su red de socialización para que deje de ser un ciudadano con derechos y pase a ser un cliente con necesidades, abducido por la absurda fascinación de lo nuevo. El mercado segmenta. El mercado individualiza hasta diseccionar cada parte del consumidor y convertirlo en el blanco de su más poderosa arma de deshumanización masiva: la publicidad. Somos piel atópica que necesita tratamientos dermatológicos, somos corazones desconsolados que necesitan aplicaciones para buscar un nuevo amor, somos insomnes que requieren de una dosis diaria de melatonina, somos propietarios en guerra contra todos, que necesitamos alarmas para mantener nuestras posesiones a salvo, somos en definitiva hijos bastardos a los que la justicia mira con desprecio y el mercado con codicia. Somos recursos humanos. Y esta es una sociedad centrada en la explotación de todo tipo de recursos, sin importar su agotamiento definitivo, bajo el imperativo de una obsolescencia programática. Incluso el lenguaje es un recurso que se agota. Sobran los ejemplos.

Mal futuro le espera a la cultura con estas premisas. Era una hermosa herramienta, pero ha caducado. La interpretación crítica de la realidad en manos de cualquiera capaz de blandir una pluma, un pincel, un libro o una guitarra no encuentra un nicho en este mercado. Sí, era capaz de relacionar a seres, incluso más allá del tiempo y el espacio; pero, lamentablemente, ha acabado instalándose en un obstinado lucro cesante. ¿Quién va a ser tan estúpido como para invertir un solo céntimo, un solo segundo en una fiesta sin asistentes?

Y en eso estamos, dudando entre la urgencia de lo importante y la importancia de lo urgente. Algo confusos, es normal. Sin comprender que el orden natural no contempla la posibilidad de separar a los hijos entre legítimos o ilegítimos. Sin asumir que la melodía que brota de una orquesta no distingue entre la nobleza de los violines y la plebe de las trompas. Sobre una vieja barca que a duras penas flota sobre esta maldita modernidad líquida que acabará haciéndola zozobrar.

Hasta que sales por la puerta en una fría mañana de diciembre y caminas envuelto por la liturgia de las conversaciones en la tienda de Sagrario. Buenos días... Buenos días… Hace frío esta mañana… Pues sí, pero es lo que toca…

Tal vez no sea moderno. Tal vez no sea líquido. Tal vez no estemos tan mal en este rincón despoblado de precipitación. ¿Y qué podemos perder por intentarlo?


miércoles, 1 de diciembre de 2021

PEQUEÑOS RITOS

Fotografía: Jessica Martínez

No éramos los mismos cuando todo esto comenzó. El silencio repentino de las calles nos cogió por sorpresa. Lo observábamos como un fenómeno ajeno, como una atracción turística, sin comprender lo que iba a significar. Pero la vida seguiría igual cuando la crisis se hubiera superado. Volveríamos a salir, a viajar, a comprar, a abrazar, a besar, a recibir visitas, a comer juntos. Y nuestros problemas serían los de siempre, los conocidos y previsibles asuntos domésticos de toda la vida.

Sin embargo, no ha sido así. Hemos vuelto a salir, a viajar, a comprar, a abrazar… pero no es igual. La crisis se retroalimenta cada día, cada semana, de modo que parece que nunca vamos a salir de ella. Y para colmo, las perturbaciones que han generado los estados de alarma han provocado un deterioro grave en la cadena de suministros mundial. Es lo que pasa cuando sujetas un planeta entero con largas cadenas de suministro que le dan vueltas y vueltas hasta ahogarlo.

Es cierto que hay mucha gente que ha decidido vivir con normalidad a pesar de todo. Es una respuesta lógica ante la presión continuada, ante la sensación de que esto no se va a acabar nunca. Pero hay mucha gente que ha perdido la alegría de vivir, que tiene miedo a exponerse manteniendo contacto social, que se refugia en casa, que no sabe por qué, pero se sienten culpables. Es otra respuesta lógica ante la situación.

Pero entre ambos grupos se va abriendo un abismo. Y, sobre todo, en el segundo, la resistencia psicológica se va resquebrajando. El problema es que su sufrimiento no se manifiesta hasta que es tarde, y normalmente no hay vuelta atrás, el camino de regreso queda abrasado.

Ahora el silencio es otro. Las calles parecen vivas, el mundo gira, con cadenas o sin ellas. Pero los perdedores guardan silencio en un hacendoso ir y venir intramuros que esconde el pesar en frascos pequeños y frágiles. Demasiado expuestos a fracturarse ante la próxima tormenta de pánico social o la próxima crisis familiar.

Yo siempre me he sentido perdedor. Y no tengo que elegir bando, sé dónde estoy. Pero ¿por qué no vamos a seguir luchando?

Es cierto que nos han despojado de las armas más contundentes. Nos queda poca energía. Somos vulnerables e inestables. ¿Y qué? Vamos a agarrarnos a lo que sea para seguir a flote.

Es cierto que parece que seamos la excepción, que todo el mundo haya superado la congoja, que saben lo que hacen, mientras nosotros no sabemos qué hacer. Pero es un espejismo.

En cualquier caso, escuchadme bien, a partir de mañana, sin más demora, vamos a ponernos deberes. Nada que no pueda ejecutarse con sencillez, con un discreto placer que se repita todos los días, a la misma hora. El placer de un café con la música de tu emisora favorita, el placer de encender el fuego de la estufa, el placer de cepillar al gato mientras ronronea, el placer de leer esa novela que has sacado de la biblioteca, el placer de llamar a una amiga que hace tiempo que no dice nada, el placer de abonar las plantas del balcón… Como pequeños ritos necesarios, cargados de un sentido profundo, de un ascetismo terapéutico que nada ni nadie puede cuestionar: ahora son lo más importante. Repetido una y otra vez. Y compartido con quien merezca nuestra compañía. Para coser fuertemente el alma de cada momento a nuestra alma descosida. Nada más, y nada menos.