sábado, 11 de diciembre de 2021

DÍAS LÍQUIDOS

 

Fotografía del autor

Es curioso cómo ha calado la percepción de que las estructuras sociales que nos sustentaban se están descomponiendo, cuando, en realidad, las únicas estructuras que se desvanecen son las del apoyo mutuo y las de la memoria. Porque lo cierto es que la jerarquía sobrevive y goza de muy buena salud. De ese modo, y empleando la nomenclatura de Zygmunt Bauman, la liquidez de la modernidad solo se manifestaría en determinadas estructuras, mientras que otras se han conservado con una renovada solidez.

No me sorprende. Todo ello entra en la lógica del mercado. Es mucho más rentable desposeer al individuo de su red de socialización para que deje de ser un ciudadano con derechos y pase a ser un cliente con necesidades, abducido por la absurda fascinación de lo nuevo. El mercado segmenta. El mercado individualiza hasta diseccionar cada parte del consumidor y convertirlo en el blanco de su más poderosa arma de deshumanización masiva: la publicidad. Somos piel atópica que necesita tratamientos dermatológicos, somos corazones desconsolados que necesitan aplicaciones para buscar un nuevo amor, somos insomnes que requieren de una dosis diaria de melatonina, somos propietarios en guerra contra todos, que necesitamos alarmas para mantener nuestras posesiones a salvo, somos en definitiva hijos bastardos a los que la justicia mira con desprecio y el mercado con codicia. Somos recursos humanos. Y esta es una sociedad centrada en la explotación de todo tipo de recursos, sin importar su agotamiento definitivo, bajo el imperativo de una obsolescencia programática. Incluso el lenguaje es un recurso que se agota. Sobran los ejemplos.

Mal futuro le espera a la cultura con estas premisas. Era una hermosa herramienta, pero ha caducado. La interpretación crítica de la realidad en manos de cualquiera capaz de blandir una pluma, un pincel, un libro o una guitarra no encuentra un nicho en este mercado. Sí, era capaz de relacionar a seres, incluso más allá del tiempo y el espacio; pero, lamentablemente, ha acabado instalándose en un obstinado lucro cesante. ¿Quién va a ser tan estúpido como para invertir un solo céntimo, un solo segundo en una fiesta sin asistentes?

Y en eso estamos, dudando entre la urgencia de lo importante y la importancia de lo urgente. Algo confusos, es normal. Sin comprender que el orden natural no contempla la posibilidad de separar a los hijos entre legítimos o ilegítimos. Sin asumir que la melodía que brota de una orquesta no distingue entre la nobleza de los violines y la plebe de las trompas. Sobre una vieja barca que a duras penas flota sobre esta maldita modernidad líquida que acabará haciéndola zozobrar.

Hasta que sales por la puerta en una fría mañana de diciembre y caminas envuelto por la liturgia de las conversaciones en la tienda de Sagrario. Buenos días... Buenos días… Hace frío esta mañana… Pues sí, pero es lo que toca…

Tal vez no sea moderno. Tal vez no sea líquido. Tal vez no estemos tan mal en este rincón despoblado de precipitación. ¿Y qué podemos perder por intentarlo?