miércoles, 1 de diciembre de 2021

PEQUEÑOS RITOS

Fotografía: Jessica Martínez

No éramos los mismos cuando todo esto comenzó. El silencio repentino de las calles nos cogió por sorpresa. Lo observábamos como un fenómeno ajeno, como una atracción turística, sin comprender lo que iba a significar. Pero la vida seguiría igual cuando la crisis se hubiera superado. Volveríamos a salir, a viajar, a comprar, a abrazar, a besar, a recibir visitas, a comer juntos. Y nuestros problemas serían los de siempre, los conocidos y previsibles asuntos domésticos de toda la vida.

Sin embargo, no ha sido así. Hemos vuelto a salir, a viajar, a comprar, a abrazar… pero no es igual. La crisis se retroalimenta cada día, cada semana, de modo que parece que nunca vamos a salir de ella. Y para colmo, las perturbaciones que han generado los estados de alarma han provocado un deterioro grave en la cadena de suministros mundial. Es lo que pasa cuando sujetas un planeta entero con largas cadenas de suministro que le dan vueltas y vueltas hasta ahogarlo.

Es cierto que hay mucha gente que ha decidido vivir con normalidad a pesar de todo. Es una respuesta lógica ante la presión continuada, ante la sensación de que esto no se va a acabar nunca. Pero hay mucha gente que ha perdido la alegría de vivir, que tiene miedo a exponerse manteniendo contacto social, que se refugia en casa, que no sabe por qué, pero se sienten culpables. Es otra respuesta lógica ante la situación.

Pero entre ambos grupos se va abriendo un abismo. Y, sobre todo, en el segundo, la resistencia psicológica se va resquebrajando. El problema es que su sufrimiento no se manifiesta hasta que es tarde, y normalmente no hay vuelta atrás, el camino de regreso queda abrasado.

Ahora el silencio es otro. Las calles parecen vivas, el mundo gira, con cadenas o sin ellas. Pero los perdedores guardan silencio en un hacendoso ir y venir intramuros que esconde el pesar en frascos pequeños y frágiles. Demasiado expuestos a fracturarse ante la próxima tormenta de pánico social o la próxima crisis familiar.

Yo siempre me he sentido perdedor. Y no tengo que elegir bando, sé dónde estoy. Pero ¿por qué no vamos a seguir luchando?

Es cierto que nos han despojado de las armas más contundentes. Nos queda poca energía. Somos vulnerables e inestables. ¿Y qué? Vamos a agarrarnos a lo que sea para seguir a flote.

Es cierto que parece que seamos la excepción, que todo el mundo haya superado la congoja, que saben lo que hacen, mientras nosotros no sabemos qué hacer. Pero es un espejismo.

En cualquier caso, escuchadme bien, a partir de mañana, sin más demora, vamos a ponernos deberes. Nada que no pueda ejecutarse con sencillez, con un discreto placer que se repita todos los días, a la misma hora. El placer de un café con la música de tu emisora favorita, el placer de encender el fuego de la estufa, el placer de cepillar al gato mientras ronronea, el placer de leer esa novela que has sacado de la biblioteca, el placer de llamar a una amiga que hace tiempo que no dice nada, el placer de abonar las plantas del balcón… Como pequeños ritos necesarios, cargados de un sentido profundo, de un ascetismo terapéutico que nada ni nadie puede cuestionar: ahora son lo más importante. Repetido una y otra vez. Y compartido con quien merezca nuestra compañía. Para coser fuertemente el alma de cada momento a nuestra alma descosida. Nada más, y nada menos.