domingo, 21 de noviembre de 2021

CUADERNOS


Fotografía del autor

Cuando era niño, una de mis obsesiones más recurrentes era definir el estilo de mi escritura caligráfica. Evidentemente, sin ordenadores, este era uno de tus rasgos de identidad más característicos. Quizá por eso era inevitable sentirse algo intimidado por quienes demostraban ya una personalidad fuerte en este aspecto.
Algunos de nuestros profesores entendían que para construir el conocimiento no había nada mejor que pasar una hora de clase copiando mecánicamente los apuntes que nos dictaban con manifiesta desgana. A buen seguro, no se habían molestado ni siquiera en revisarlos de un año para otro, y eran los mismos apuntes que habían copiado con la misma desgana varias generaciones que nos habían precedido. Lo cierto es que era un ejercicio formidable para ir deformando ese estilo caligráfico que tan pudorosamente habíamos consolidado en nuestra tierna infancia. El resultado era terrible, porque la precipitación de seguir al dictado convertía nuestra letra en un abominable engendro en el que era imposible reconocerte.
Así se iba definiendo nuestra personalidad, y de ello dan fe los cuadernos desvencijados que quedaron guardados en algún cajón de casa. Tenían un valor incuestionable, porque habían significado muchas horas de trabajo. El problema era que si continuabas tu escolarización durante los años de universidad, el volumen de ese archivo personal crecía sin medida hasta acabar ocupando decenas de armarios.
Llegó un momento en que comprendí que si necesitaba buscar una información concreta, iba a ser mucho más fácil hacerlo en internet que en mis viejos apuntes. Así que decidí hacer una extensa purga que sometiera a toda aquella montaña de papeles a un criterio de selección estrictamente emocional. Algo parecido ocurrió con mi costumbre de guardar recortes de artículos y noticias en prensa de papel. El filtro emocional acabó reduciendo todos aquellos documentos a una pequeña muestra que guardaba la esencia de algunos de los recuerdos más vívidos de mi pasado.
Ahora reviso de tanto en tanto revistas, periódicos, apuntes, trabajos que con su tacto ajado y con su aroma orgánico capturan sin vacilaciones la intimidad de un yo que siempre recordaré con ternura. Estamos irremediablemente ligados a la interpretación que hacemos de los objetos. Construimos lo mejor de nuestra experiencia con el roce, las fragancias, las melodías y el cariño.
Sin ir más lejos, en estos momentos en que escribo, suena el Agnus Dei de Samuel Barber. Huele a pan recién hecho, en casa, con todo el cariño. Y yace sobre la mesa el ejemplar de prueba para correcciones de una revista que pretende nacer al mundo. Es un papel nuevo, algo insolente, que ambiciona envejecer apartado de las tribulaciones del devenir, para conservar nuestros efímeros tesoros. 
Cuadernos y más cuadernos...