viernes, 1 de enero de 2021

PRELUDIO

 

Fotografías: Pilar Barrachina

Dicen que no hay que mirar atrás, que hay que vivir el presente con toda la intensidad posible, como si no hubiera un mañana, ni un ayer. Y aquí estamos, en un hito del camino, con la respiración algo sofocada por la pendiente que hemos dejado atrás, observando una luenga y angosta senda que asciende otro trecho de la montaña ante nosotros.

Sé que para llegar al siguiente hito harán falta trescientos sesenta y cinco días. Veo que el camino atraviesa todo tipo de parajes y contingencias: pedregales, fuentes, bosques, arroyos, promontorios, pueblos, eriales, abismos, oquedades, valles, rostros nuevos, almas ya conocidas, pero, como creo que podéis imaginar, desconozco qué suerte he de correr en ellos.

Mientras tomo aliento en esta parada, ciertamente no puedo evitar mirar atrás. Desde aquí el paisaje no es el que recordaba. Ahora lo veo todo diferente. Tengo la sensación de estar observando un viejo retablo con toda la profusión de sus historias simultáneas, con épicas conquistas, remotos sufrimientos, guiños del destino, paradojas vitales, ausencias, requiebros, descubrimientos… En fin, la memoria de todos esos episodios forma parte de mi propia sangre. Cómo voy a dar la espalda a todo eso.

Pero, ya sabéis, mi patria es Machado. Soy la voz de un exilio permanente, de un arraigo tan sutil como íntimo, y no puedo hablar de camino si no hay caminante: se hace camino al andar. Tal vez por ello siento ahora la necesidad de formular un deseo, mientras preparo de nuevo una mochila cada vez más ligera: vivir la vida de modo que, si el transcurso del tiempo tuviera la tentación de invertirse, todo lo que pueda hacer en mis sucesivos presentes vuelvan a hacer de mí en el pasado aquel muchacho honesto y consciente; aquel niño torpe, intuitivo y feliz que seré, que fui. Hasta el principio de mis días, hasta el primer aliento.