sábado, 1 de agosto de 2020

LA SOMBRA DE LA MONTAÑA


Fotografía del autor


En Instinción apenas hay tejados a dos aguas, por eso la panorámica es amplia desde cualquier terrado. El pueblo descansa sobre la falda de la Sierra de Gádor, quedando coronado por el Cerro de la Cruz y flanqueado desde poniente por el perfil inconfundible de la Piedra Alta.

Frente a él, atravesando la suave depresión del río Andarax, se levanta la mole del Montenegro. Su imponente silueta acapara tanto protagonismo que es difícil divisar cómo tras ella asoma tímidamente un punto blanco que no es otra cosa que el observatorio astronómico de Calar Alto. La pendiente del Montenegro va descendiendo junto al río, en dirección al mar, y deja más expuesto a la vista el lejano perfil de la Sierra de Filabres al norte, y hacia levante Sierra Alhamilla. Las ramblas y los taludes se superponen en geometrías inestables, desérticas; en figuraciones mutantes, según la luz, la hora y nuestro ánimo.

Hasta aquí, los horizontes físicos.

Pero si Instinción fuera una aldea del lejano Oriente, todo el mundo convendría en que es un pueblo ying. Tal vez, por tanto -legítimo es pensarlo-, estaríamos hablando de Yingstinción.

El ying se manifiesta en aquello sereno, receptivo, espiritual, complaciente, intuitivo, doméstico, húmedo. Es otoño reparador que nutre y configura el fruto de los naranjos en el valle, y es invierno esquivo que nos regala su provisión sanadora. El ying descansa en las sombras del norte de las montañas. El ying adopta la cualidad de lo femenino.

No dejo de pensar que todo esto tiene un aroma maternal, que es el pegamento que mantiene unida a toda una diversidad de criaturas que tejemos y destejemos días y noches en este singular emplazamiento.

He conocido aquí el rostro inconfundible de la serenidad, he visto atardeceres y noches estrelladas de una dimensión espiritual indescriptible, he sido recibido con la complacencia de la más lúcida de las intuiciones, he respirado en la profundidad del hogar el húmedo placer de un sentimiento femenino sin fisuras, ha derramado sobre mí la sierra su magia de sombras.

Aquí se abren los horizontes no evidentes.

El camino que conduce a esos horizontes no evidentes no está trazado todavía. El camino se constituye bajo los pies de quienes lo transitan. Abrir caminos nuevos es una osadía, una temeridad, una indisciplina, una necesidad, una sanación y un regalo.

En estos días de fronteras reconstituidas, los horizontes no evidentes que se vislumbran desde nuestro pueblo llaman a la rebeldía, confluyen desde el ying y el yang dos fuentes que no pueden vivir la una sin la otra. La confusión del barro que alimenta el remolino ya se aclara. El camino fluye ahora diáfano hacia una panorámica de encuentros y reencuentros, que beben de sus dos refrescantes aguas.