Fotografía del autor
En
Instinción apenas hay tejados a dos aguas, por eso la panorámica es
amplia desde cualquier terrado. El pueblo descansa sobre la falda de
la Sierra de Gádor, quedando coronado por el Cerro de la Cruz y
flanqueado desde poniente por el perfil inconfundible de la Piedra
Alta.
Frente
a él, atravesando la suave depresión del río Andarax, se levanta
la mole del Montenegro. Su imponente silueta acapara tanto
protagonismo que es difícil divisar cómo tras ella asoma
tímidamente un punto blanco que no es otra cosa que el observatorio
astronómico de Calar Alto. La pendiente del Montenegro va
descendiendo junto al río, en dirección al mar, y deja más expuesto
a la vista el lejano perfil de la Sierra de Filabres al norte, y
hacia levante Sierra Alhamilla. Las ramblas y los taludes se
superponen en geometrías inestables, desérticas; en figuraciones
mutantes, según la luz, la hora y nuestro ánimo.
Hasta
aquí, los horizontes físicos.
Pero
si Instinción fuera una aldea del lejano Oriente, todo el mundo
convendría en que es un pueblo ying. Tal vez, por tanto -legítimo es pensarlo-, estaríamos hablando de Yingstinción.
El
ying se manifiesta en aquello sereno, receptivo, espiritual,
complaciente, intuitivo, doméstico, húmedo. Es otoño reparador
que nutre y configura el fruto de los naranjos en el valle, y es
invierno esquivo que nos regala su provisión sanadora. El
ying descansa en las sombras del norte de las montañas. El
ying adopta la cualidad de lo femenino.
No
dejo de pensar que todo esto tiene un aroma maternal, que es el
pegamento que mantiene unida a toda una diversidad de criaturas que
tejemos y destejemos días y noches en este singular emplazamiento.
He
conocido aquí el rostro inconfundible de la serenidad, he visto
atardeceres y noches estrelladas de una dimensión espiritual
indescriptible, he sido recibido con la complacencia de la más
lúcida de las intuiciones, he respirado en la profundidad del hogar
el húmedo placer de un sentimiento femenino sin fisuras, ha
derramado sobre mí la sierra su magia de sombras.
Aquí
se abren los horizontes no evidentes.
El
camino que conduce a esos horizontes no evidentes no está trazado
todavía. El camino se constituye bajo los pies de quienes lo
transitan. Abrir caminos nuevos es una osadía, una temeridad, una
indisciplina, una necesidad, una sanación y un regalo.
En
estos días de fronteras reconstituidas, los horizontes no evidentes
que se vislumbran desde nuestro pueblo llaman a la rebeldía,
confluyen desde el ying
y el yang
dos fuentes que no pueden vivir la una sin la otra. La confusión del
barro que alimenta el remolino ya se aclara. El
camino fluye ahora diáfano hacia una
panorámica de encuentros y reencuentros, que beben de
sus dos refrescantes aguas.