lunes, 21 de septiembre de 2020

EL ÁRBOL DE LA VIDA


Fotografía del autor

Probablemente no hay soledad más desconcertante que la de sentirse frente a un problema y ver con impotencia cómo la amenaza que significa se expande sin freno, ver cómo va disolviendo todas y cada una de nuestras capacidades y posibilidades de salvar todo aquello que creíamos hermoso.

Si bien, es cierto que en toda crisis, en todo desafío, acontece con frecuencia que nacen pequeñas comunidades o hermandades y convergen en un momento y un lugar determinado haciendo frente común ante la adversidad. Conozco bien a una de estas hermandades. Se reúne todos los domingos por la tarde en un lugar que, por su seguridad, no puedo desvelar. Les observo con admiración y ellos lo saben. Les escucho con la secreta ambición de poder ingresar algún día en su escuela de resistencia y lealtad, más allá de toda desesperanza. Mientras tanto, ellos elaboran su singular diagnóstico.

  • No debemos comprender el mundo desde la lógica de la devastación. Sería un error. Dejad que el agua haga su trabajo. Sentidlo. Dejad que constituya íntimamente los seres que aman, los que odian, los extraviados, los que se iluminan. Porque cada uno de nosotros es una conciencia que navega sobre el agua. Cada criatura, cada tejido, cada palpitación no es más que una fórmula eventual, una asociación única del fluido esencial. Dejad que el agua limpie la inmundicia y el caos, que altere las configuraciones, que borre convicciones, que vuelva a colocar cada cosa en su lugar. Ella y solo ella consigue fundamentar el equilibrio en ese permanente flujo de intercambios que nutre la vida. Ella es li.
  • Pero nosotros, ¿qué podemos hacer?
  • Podemos observar cómo la lluvia reactiva el ciclo nuevamente. Y ahora llueve. ¿Lo ves?
  • Sí. El árbol de la vida se está alargando. Lo veo. De hecho, cuanto más cerca se coloca la muerte, más lo veo crecer frente a mí. Como una enorme cabellera el bosque absorbe cuanto puede; inspira nutriendo vigorosamente cada una de sus células tiernas o leñosas, y espira invitándonos a compartir un aire con aromas deliciosos, evocadores.

Puedo escuchar claramente entre la conversación los golpes contra el suelo, mientras los guardianes del bosque abren un nuevo agujero para cultivar esperanza. Sus herramientas son simples: una azada, voluntad, una piqueta, dos manos, una machota, sus frentes sudorosas, piedras, confianza, algún bocadillo, amistad.

Lenta, pero serena y sabiamente el árbol de la vida se está alargando. Y nadie tendrá que explicar a Ramón y a Dani por qué para nacer un bosque hace falta algo más que tierra, aire, agua y una semilla. Si cada minuto concedido, si toda la emoción se depositaran como un chubasco fértil en la tierra, brotaría un tiempo nuevo.

Lenta, pero serena y sabiamente, a lo largo de la sombra del árbol de la vida crece en número la hermandad de los guardianes del bosque. Aunque sea todavía prematuro cabe pensar que algún día otros que ni siquiera se saben nacidos disfrutarán del tesoro que plantaron, honraron y legaron. No puede ser de otra manera. Y, mientras tanto, dejemos que el agua haga su trabajo.