viernes, 11 de septiembre de 2020

LOS REENCUENTROS

 

Fotografía del autor

De acuerdo, llamémosle preludio del otoño. Pero no por la insólita regresión del calor extremo en fechas tan tempranas. Ni por la inquietud de nuestros infantes mientras reciben extrañas instrucciones de higiene escolar. Tampoco por el regreso del pulso del tráfico de trabajadores que esconden también su rostro bajo un ahogo contenido.

Llamémosle preludio del otoño porque así lo fundamentan bandadas de abejarucos atravesando el cielo noche y día, de regreso al sur. Escuchemos su coral envolvente de politonales graznidos suplicar al sol que no escape tan deprisa. Observemos cómo se precipitan como una ola hacia latitudes más confortables.

Porque el otoño no es otra cosa que una partitura en clave reconstituyente. Las sombras, por ejemplo, recuperan poco a poco su solemnidad alimentando sólidos silencios. La vegetación nutre generosamente los suelos del mañana. Regresan las lluvias como una provisión incalculable de fertilidad. El brillo de los días se atenúa para dibujar nuevas sombras. Y así el ciclo continúa, así como el hogar se dispone a acogernos de nuevo, con la despensa llena.

Vivimos en una danza recurrente de encuentros, desencuentros y reencuentros. Por un extraño capricho del azar, existe en Instinción un “Rincón de los encuentros”. En estos días el otoño comienza a abrirse paso entre sus naranjos hasta penetrar en la casa, en la chimenea, en las alcobas o en la sala de yoga adjunta, mientras Carmen prepara sus clases. Si pudiésemos regresar algunos otoños atrás, podríamos admirar en la sala de yoga la fuerza, el coraje, la serenidad de las matriarcas del pueblo. Es imposible no emocionarse con ese recuerdo. Todavía se siente en la sala su manifestación de energía, aunque algunas de ellas ya no pueden asistir.

Es el otoño de la vida como una escena de una profundidad insondable: egregio, frágil, nutriente, edificante, meritorio. A cada quien devuelve lo que dio. A cada cual lo enfrenta a su propio reflejo. Y si lo observamos en su plenitud no deja de sorprender con su vivificante eterno retorno, con su explosión cromática, su perfecto equilibrio entre tormentas y calmas, sus aromas a fuego, humedad o tierra.

Dejemos pues que Carmen continúe preparando los reencuentros, mientras Mali y Amiga perturban su orden con los típicos desaires de viejos animalitos caprichosos. Porque, fijaos, ya no se escuchan abejarucos en el aire.