jueves, 1 de octubre de 2020

EN-CLAVE DE SOL

 


Podría parecer que no hay oficio tan bello, tan trascendente como el de los guardianes del bosque. Y debo reconocer que en ellos se dan las mejores de las cualidades que he conocido en mi vida. Pero esta bitácora rebelde quiere hablar de alguien que ha elevado la categoría del humanismo unos cuantos peldaños por encima de todo lo que habéis leído hasta hoy, y ya es difícil, os lo aseguro.

Supongo que la primera vez que le vieron aparecer por Benecid, algunos de sus contados vecinos debieron de pensar qué diablos hacía por allí aquel pequeño hombrecito. Con aspecto de Cat Stevens alpujarreño, delgado, sonriente, de voz sumarísima y exculpatoria comenzó a frecuentar de manera definitiva el valle que ha amado desde siempre. Hasta que convirtió un enclave elevado sobre el pueblo en un refugio de dignidad.

Pero no contento con ello, y sin mirar hacia atrás ni a su lado, sin esperar ayuda ni consuelo comenzó a militar en el oficio más comprometido que conozco: liberar el mundo, su mundo, de todo lo que sobra. Y, claro, en Benecid algunos de sus contados habitantes no entendían por qué.

Ese hombre no está en su sano juicio. ¿Cómo va a acabar con toda la basura que encuentra a su paso? Tal vez les sorprendió que cargase con bolsas de basura inmensas, las metiera en su coche, en su propio coche, y las depositara en un lugar apropiado. Pero la cosa se puso seria cuando un buen día vieron que había atado algunas cinchas a un viejo horno abandonado en el fondo de una rambla, trabajosamente lo cargó en su coche y se lo llevó para depositarlo en un lugar apropiado.

La cosa ya no hacía tanta gracia. De hecho, Juanma ya no sólo dedicaba su atención a su entorno más cercano, sino que también observaba objetivos más ambiciosos. Como toda persona sensata comprendió que necesitaba ayuda para acometer su labor. Sin otra moneda de cambio que su cualidad de artista acabó negociando esa ayuda a cambio de música. Y emulando hazañas propias de flautistas mitológicos consiguió que una pequeña tropa de voluntarios retirasen del lecho del río unas viejas y voluminosas tuberías.

Un buen día en que disfrutaba del paisaje que supo elegir como propio, un anciano de aquella agraciada aldea le confió con preocupación: “No mires abajo, ya nadie tira basura”. Esas fueron sus palabras, sí, mientras pensaba: “Pequeño hombrecito, has vencido. Bendito sea el día en que se te ocurrió venir a vivir a estos pagos”.

Que Juanma Cidrón es un gran, gran hombre lo sabemos todos los que tenemos el honor de contar con su amistad. Es cierto, no ha elegido Instinción como su nueva cuna, pero tal vez eso nos ayude a seguir extendiendo una auténtica red neuronal en el valle del Andarax. Porque el conocimiento construye y el compromiso dignifica, pero sobre todo, la amistad eleva la vida al plano que le corresponde.

Espero que tengas a bien disculparme, amigo mío, pero alguien tenía que explicarlo. Y, por cierto, no dejes de componer. Que la música te acompañe siempre.