Aunque
el tiempo haya jugado caprichosamente con todos los indicios, con la
integridad de mis convicciones más íntimas, con el orden de todos
los factores, aunque hayan pasado demasiadas lunas desde aquel
suceso, hay elementos que no regresan y elementos que no dejan de
alterar
y redimensionarse. Sumariamente,
es
sabido, unos
recuerdos van desmigajándose con
extraordinaria exactitud y otros permanecen sólidos con la
irreversible consigna de mutar, crecer y multiplicarse.
En
consecuencia, por
más que lo he intentado, no recuerdo, por ejemplo, ni uno solo de
los pasos que di volviendo hacia el pueblo. Y
aunque la
reverberación del tañido de las campanas hurga
obsesivamente en mi memoria, no alcanza a establecer nodos seguros
para devolverme el instante, ni las conjeturas que me acompañaran en
aquella circunstancia. Y bien seguro es que las hubo. Tan seguro como
que se han instalado en mi conciencia sin saberlo, que debí de
establecer un protocolo detallado de interpretación de todo lo
acontecido, pero no lo recuerdo.
En
cambio, la memoria de los hechos que permanece, recupera secuencias,
combina imputs imprecisos, reinterpreta escenas, de modo que el
discurso de la encina sigue hablando dentro de mí con palabras
nuevas, con imágenes nuevas. En consecuencia, a estas alturas no tengo
muy claro
cuándo habla la encina y cuándo mi propia conciencia.
Ciertamente
pensé que jamás volvería a encontrar al pastor de lobos. Incluso
me llegó a perturbar el no llegar a comprender el significado real
de su presencia en aquel momento. Pero las piezas comenzaron a
encajar.
Lo
extraordinario conduce al conocimiento. Y los servidores del
conocimiento comienzan inventariando de manera escrupulosa la
realidad. Hace demasiado tiempo ya que los humanos tomamos decisiones
dramáticas sobre unas premisas y unas expectativas erróneas,
pensando que solo contamos nosotros, que podemos decidir el destino
de todo lo que nos rodea. El censo está equivocado. El censo debe
incluir todas y cada una de las manifestaciones de la vida. Ninguna
decisión debe tomarse al margen de sus intereses.
Puede
que ellas y ellos no lo sepan, pero algunos de nuestros vecinos han
comenzado a reescribir el censo. Da
igual que seas pastor de lobos, predicador de aves, alquimista de
caminos, sanador de tierras, cultivadora de energías, coleccionista
de olvidos o funambulista imaginario. Da igual que estés cerca de
mí, en Instinción, o hayas elegido otro hogar, otro pueblo en el
valle. Con ojos en todas partes y en todas las criaturas busco tu
rastro. Yo te encontraré y hablaré de ti.