lunes, 1 de junio de 2020

ARRIBA Y ABAJO


Fotografía: José Antonio López Salvador


  • Tendrás frío en ese lado del muro

Acababa de acurrucarme en la fachada de levante de la gran casa forestal cuando escuché la voz que me prevenía, con no poco sobresalto por mi parte, ya que estaba convencido de que allí no había nadie más que yo.

Me levanté, di dos vueltas y media a la casa y no vi a nadie. Después de unos minutos, que parecieron horas, aguzando el oído en busca de ruido de pasos o de crepitar de ramas que delataran la presencia de alguien, un golpe de viento acabó por instalar el pánico entre mis temblorosos huesos. Me replegué al saco de dormir, pero no pude reprimir lanzar una pregunta al aire, como un bote salvavidas…

  • ¿Hay alguien ahí?

El silencio me quemaba la piel. Estaba a punto de salir corriendo sin saber muy bien hacia dónde.

  • Creo que eres tú quien me venía buscando.
  • ¿Eres la encina?
  • Soy
  • Vaya susto me has dado. Estoy temblando.
  • Espero que tengas alguna pregunta más después de tomarte tantas molestias.
  • Sí, claro. Es que estoy un poco espeso por lo inesperado. Bueno, en realidad vengo por indicación de mi pueblo. Me dijo que debía presentarme ante la autoridad del lugar. Y me dijo que me encomendarías una misión.
  • Creo que te ha tomado el pelo.
  • ¿Por qué?
  • Aquí no hay ninguna autoridad, y menos alguien que imponga misiones. Sería de una prepotencia intolerable. Eso solo es propio de homínidos.
  • No entiendo
  • Cada ser vivo cumple su función en el orden natural. Ninguno tiene que plantearse para qué o por qué vive, solo vosotros. No parece ser una ventaja.
  • Entonces, ¿no vas a contestar a mis preguntas?
  • Yo no he dicho eso. Tengo tan pocas ocasiones de confraternizar con alguien que jamás evito una buena conversación; me costó más de cien años aprender vuestro lenguaje. La cuestión es qué vienes buscando tú realmente.
  • Yo, no sé, creo que he venido a buscar algo de paz en este entorno. Ya sabes, conexión con la naturaleza, conmigo mismo, relaciones más humanas, silencio, tal vez.
  • ¿Y qué puedo hacer yo por ti?
  • No conozco a nadie todavía. Me gustaría saber quién puede guiarme en esta aventura, dónde está mi propio sitio, cómo puedo aprender a aprender de nuevo. ¿Cómo lo haces tú?
  • Sería muy útil que pudieras echar raíces, como yo. La mitad de mi ser pertenece a la tierra y la otra mitad al cielo. De esa forma, cuando tierra y cielo hablan, lo hacen a través de nosotros. Así tenemos noticia de lo que va a suceder antes de que acontezca. Y sería también muy útil que tu cerebro estuviera en la parte de tierra, como el nuestro, porque así vuestra relación con la madre no sería tan tóxica. Has de saber que nosotros vivimos en el mundo considerando que nuestra cabeza son las raíces y nuestros pies las ramas y las hojas. Y vemos con estupefacción cómo vivís todo a la inversa. Así no es posible que entendáis nada de nada.

Estas palabras me dejaron en estado de asombro. Nunca lo hubiera imaginado: la tierra arriba, el cielo abajo. Las estrellas a sus pies, el pensamiento al abrigo de las rocas y de la materia orgánica. Todo se veía de un modo diferente.