martes, 11 de enero de 2022

ESTACIONES


Fotografía del autor

Siempre he creído que la verdadera dimensión humana de la vida reside en la sensibilidad más que en el razonamiento. Bien es cierto que una de las más recurrentes supersticiones de las personas es trufar sus experiencias de un sinfín de preguntas como si cada una de ellas fuera un peldaño de una larga escalera hacia el conocimiento. El problema es que esas largas y fatigosas escaleras conducen con frecuencia hacia ninguna parte, porque las preguntas no son las oportunas.

Cuando la disciplina de nuestra vida la marcan las hipotecas, los horarios inflexibles, los intereses ajenos y la cohabitación competitiva, nuestras preguntas adolecen de un patológico cortoplacismo que deriva en una especie de trastorno obsesivo compulsivo y, en definitiva, en pesimismo crónico. Vivimos con la permanente sensación de que hemos olvidado algo, de que queda poco tiempo para esto o aquello, de que un aluvión de sucesos trascendentales en todo el mundo determinan implacablemente el devenir de nuestra existencia, de que no somos, en realidad, quienes deseábamos ser.

En ese escenario el tiempo se mide en tramos cortos y se consume con ansiedad. Son momentos en que la narrativa periodística ha determinado que vivimos en la era de la pandemia y las etapas se suceden atropelladamente con la aparición de cada variante del virus. O bien vivimos en la era del cambio climático y las etapas se suceden atropelladamente con cada perturbación atmosférica de consecuencias catastróficas. O tal vez vivimos en la era de la informática y las etapas se suceden atropelladamente con cada modificación tecnológica que perturba catastróficamente la frágil homeostasis de nuestras rutinas.

Pero el tiempo no se medía así antes. Éramos quienes éramos al mirarnos en el espejo cuando contemplábamos nuestra vida desde la perspectiva de una serie de cambios naturales, más o menos traumáticos o felices, que nos pertenecían íntimamente. Había un antes y un después desde lo que fue ser hijos de nuestros padres a ser padres de nuestros hijos, desde lo que fue aprender cada día una lección en el aula a desenvolverse profesionalmente en sociedad, desde la presencia de nuestros seres queridos a la ausencia de algunos de ellos… Y tal vez el año 2019 no fue la era prepandemia, sino el año de tu viaje a Lisboa, del nacimiento de tu nieta o el estreno de un nuevo hogar. Antes de eso no conocías Portugal, no sabías lo que era ser abuela o vivías en un piso compartido. Y ahora las etapas se suceden pausadamente mientras programas un nuevo viaje, acompañas a la pequeña al parque o planeas la nueva decoración de tu salón.

Será por eso que de vez en cuando puedes permitirte el lujo de preguntarte cómo te sientes después de tus estiramientos, cuándo van a madurar las naranjas, cuánto se ha alargado el día hoy o quién te espera esta mañana.

No hay duda: hay un antes y un después desde el último beso, desde la última mirada cómplice, desde la última caricia. Esas son las estaciones de nuestro viaje. Y más allá de un inquisitivo “ser o no ser” como medida conveniente de las cosas, preferiría, si me lo permitís, comenzar el día con un “tomar o no tomar el sol”. That is the question...