jueves, 1 de julio de 2021

REDES SOCIALES

 

Fotografía: Edgar Campos Barrachina

En estos días todos queremos creer en que es posible recuperar el pulso de nuestro sistema de convivencia. Todavía salimos a la calle con prevención, con la sonrisa oculta y una entusiástica mirada, que, a pesar de la expectativas, declina amablemente el roce del cariño.

Creíamos que todo estaba conectado, y así hemos vivido en este episodio de alarma general, conectados a personas a través de pantallas, en la soledad de nuestros pequeños habitáculos, desde la quebradiza intimidad del abandono. Pero ahora que volvemos a ocupar los circuitos habituales, constatamos la dimensión real del desarreglo, sospechamos que hay algo que se ha desajustado en nuestro interior.

De modo que, venciendo las evidentes resistencias de un mecanismo desengrasado, tratamos de restablecer pequeñas redes sociales que formaban parte de nuestra vida cotidiana. Redes de apoyo mutuo, redes de disfrute compartido, redes de conocimiento, etc.

No es fácil recalibrar el engranaje. Nos habíamos acostumbrado a que las únicas redes sociales en las que podíamos participar intercambiaban palabras e imágenes digitalizadas. Pero ahora los estímulos nos abruman. Ya no son solamente palabras y píxeles; ahora entre nuestras miradas se cruza algo más, nos rodea un ambiente inestable lleno de atractivos aromas, de interacciones cercanas, del calor del sol, del aire que desordena todo a su paso, de intensos instantes de silencio… Incluso nos dejamos vencer por la tentación del contacto físico aunque sea eventual y cándido.

Y con algo más de suerte, recuperamos la sintonía de aquel grupo de amigos que compartían ilusiones y se alentaban mutuamente a un activismo cívico más allá de toda lógica.

Las redes solo funcionan si cada uno de los nodos que las configuran son el centro de su universo. De otro modo probablemente estaremos hablando de mecanismos jerarquizados de extracción de recursos, no son redes.

Las redes son sociales cuando en la interacción se desarrollan todas nuestra capacidades y nuestros sentidos. De otro modo seguramente estaremos hablando de un intercambio de símbolos que acaban suplantando la realidad y reduciéndonos a un aislamiento castrador, no son sociales.

Yo soy la grasa que lubrica esas cadenas, esos mecanismos imperfectos e inestables, o no soy nada. Manchado de ilusión, a menudo descubro con sorpresa que tú eres el único centro del universo cuando te escucho, cuando te observo, cuando me dejo atrapar por esa red que nos vincula.

Y sobran las palabras.