domingo, 11 de julio de 2021

GUARDIANES DE LAS PALABRAS

 

Fotografía del autor

Últimamente repito consignas en voz alta para alimentar mi propia combatividad, mi convicción. No basta, como decimos ahora, con visualizarlo. Porque de qué me sirve a mí visualizar en soledad una utopía, si nadie advierte cómo me comprometo a trabajar para que sea posible. Hay que pregonar hasta desgañitarse lo que parece imposible, lo que siempre comienza pareciendo imposible por necesario.

Podría correr el riesgo de quedarme solo en el intento, de darme por vencido, de mudar mis creencias por conveniencia o por comodidad, pero es algo bastante improbable.

Por una parte, amo profundamente el sentido de las palabras, tanto las que escucho como las que pronuncio, lo cual acaba significando que cada proclama de intenciones acaba siendo un nudo que me agarra firmemente a quienes me escuchan. Por otra, quienes me escuchan van dando forma al proyecto, lo visualizan y, creedme, no hay pegamento que te ate más a tus compañeros de camino que el visualizar tus ilusiones a través de sus mentes. La dimensión se multiplica; ya es un proyecto común.

Pero ¿quién guarda todas estas palabras? ¿Cómo sellamos este pacto solemne, por ejemplo, con nuestros hijos, con todos aquellos que han de sucedernos y han de sufrir las consecuencias de nuestros actos o de nuestras renuncias? Necesitamos guardianes para las palabras. Necesitamos que el nudo nos ate más allá del hoy.

Hoja tras hoja el pacto va quedando por escrito. Las palabras escapan de la arbitrariedad de un presente demasiado caprichoso e inestable. Se posan y descansan en la inmensidad de una nave capaz de viajar a través del tiempo y que contiene eso que llamamos libros.

Y sus guardianes, imperturbables ante la magnitud de la tarea, catalogan, preservan, difunden, estimulan, comparten, reconstruyen, atan a lectores y autores con un nudo de celulosa de aromas antiguos, dan fe de lo que fue, de lo que quiso ser y de lo que será, mientras sus formidables colecciones sigan en pie.

Cerca de Instinción, muy cerca, se consuma el milagro de las palabras cada día, cuando Rosa levanta las alas de todas sus mariposas, cuando Toñi lanza a un nuevo guardián al abismo, cuando Rocío proclama la lujuria de vivir al paciente estacionario, cuando Cayetano inyecta mundos nuevos en una párvula sonrisa, cuando Loly atrapa la aquiescencia de un silencio entre páginas...

Hay muchos más y todos son uno. Si no sabéis de ellas y ellos, el mundo nunca estará a vuestros pies. Como guardianes que son de las palabras, siempre estarán donde se espera, en esa nave de cuyo equipaje brotan continentes, fabulaciones, ceremonias, fórmulas, rituales, anhelos, melodías, esa nave común y pródiga como una madre fértil y antigua que se llama biblioteca publica.