De joven leía bastante más, desde luego. Alimentado por una febril fogosidad contravenía tozudamente el orden de la lógica, de todo pensamiento práctico, y dedicaba arduos esfuerzos a imaginar mundos posibles, sin saber que no lo eran. Sin otra razón de vida que ir enamorándome en cada estación, me sumergía en mares de psicodelia radiofónica hasta descubrir el éxtasis en alguna melodía que a menudo se hacía acompañar de algún texto extraordinario.
Eran otros tiempos, sí. Tuve, por añadidura, la fortuna de nacer algo más tarde de lo que me correspondía por afinidad y por sensibilidad con respecto a todo lo que más he amado, con lo cual, siempre se me ofreció disfrutar de frutos maduros, de sabor intenso y exótico. Por eso os puedo hablar hoy de uno de ellos y de la reflexión que me acompaña en estos días.
Breve como intensa, dulce como lacerante, en algún momento de cuya memoria quisiera tener conciencia llegó a mis oídos una canción que decía así: “Mi vida limita al norte con la muerte, al sur con mi madre herida, a la derecha mi amo contabilizando el aire, y a la izquierda tu sonrisa, amiga de amar, amante”. No supe hasta mucho después que el autor de esta glosa era León Felipe, porque, en realidad, yo lo escuchaba en las voces de un maravilloso grupo coral que algunos tal vez recordaréis: Aguaviva.
No deja de ser curioso que venga a mi memoria esta canción en días como estos, con temperaturas de un calor extremo tanto de día como de noche, con incendios forestales de consecuencias catastróficas, con regiones polares acelerando el ritmo de un deshielo definitivo.
Los límites se van estrechando. Sabíamos que nuestra madre solo era fértil en determinadas condiciones, que esas condiciones eran delicadamente frágiles y constreñidas. Vivimos, por ejemplo, en el interior una fina capa de siete a diecisiete kilómetros, según se mida en los polos o en el ecuador. Todo sucede entre los cinco mil metros de altitud y los dos mil metros de profundidad. Fuera de ella no hay vida, no es posible la vida.
Por no hablar de frío y de calor. Por debajo de -18ºC y por encima de 50ºC, las condiciones para la vida son casi insalvables. Más allá de estos límites solo se puede encontrar vida en estado latente, en márgenes definidos entre -200ºC y 80ºC/110ºC. Pero es testimonial.
También podríamos anotar los límites del aire. Ya sabéis: nitrógeno, al 78%, oxígeno, al 21%, gases nobles, al 1% (argón, neón, criptón y helio), dióxido de carbono, al 0,04% y vapor de agua, más o menos al 0,97%. Cualquier alteración de esta composición significa un riesgo para la vida. El aumento de partículas de polvo, por ejemplo, cambia la carga eléctrica de los iones produciendo un deterioro importante en la salud. Además, no hemos dejado de inyectar nuevas sustancias a su composición en las últimas centurias y lo peor es que algunas de esas sustancias que contiene ahora el aire son altamente reactivas, son más propensas a interactuar con otras para formar nuevas sustancias. Cuando algunas de estas sustancias reaccionan con otras, pueden formar contaminantes muy peligrosos.
Es en ese mismo aire en el que necesitamos respirar entre las 44 veces por minuto de un bebé y las 8 a 16 de un adulto, todo ello en estado de reposo. No parece aconsejable intentar batir el récord de apnea, aunque el aire no sea de la mejor calidad.
Con la comida tenemos más margen. Podemos dejar de comer hasta 45 o 60 días, pero los resultados serán funestos. Si queremos que todo vaya bien, mejor comer entre tres y cinco veces al día.
Necesitamos en definitiva tierra firme, fuentes de agua potable, suelo orgánico, lluvia en su cantidad justa, vegetación y fauna, etc. Y necesitamos que todo ello se relacione de una determinada manera en que la convivencia entre todos los factores favorezca la fertilidad y la reproducción de millones de formas de vida que conocemos y, sobre todo, que no conocemos. Todas ellas forman parte del engranaje.
Si abusamos del sedentarismo nuestro cuerpo abandona sus condiciones óptimas. Si abusamos del esfuerzo físico, se colapsa. Si vivimos en soledad, nuestra mente sufre. Si nos sumergimos en un gregarismo extremo, nos asfixiamos psíquicamente.
Si nuestros emolumentos están por encima del sueldo mínimo interprofesional podremos sobrevivir modestamente. Por debajo de este, seremos más o menos pobres -en esto también hay grados-. Si estamos muy por encima, seremos económicamente ricos, pero nuestra tasa de necesidades a cubrir experimentará un alza incontrolable.
Es de locos. ¿Cómo ha sido posible que prospere la vida en estas condiciones? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que algunos iluminados piensen que pueden controlar este mecanismo? Los límites son muy marcados y, sin embargo, el engranaje es de una complejidad inimaginable.
Ahora, de mayor, leo menos. Quizás sea una fatiga crónica por la acumulación de todo eso que he aprendido y no me sirve para imaginar mundos nuevos, imposibles, sino todo lo contrario. Aun así, vale la pena recordar que siempre, en cualquier circunstancia, en cualquier proporción de combinación de factores que hayamos encontrado a lo largo de nuestras existencias, nos moveremos en unos márgenes estrechos, estrechísimos, entre los que habrá sido posible que surja la magia de la vida. Y podremos cantar con mejor o peor entonación aquello de “Mi vida limita al norte con la muerte, al sur con mi madre herida, a la derecha mi amo contabilizando el aire, y a la izquierda tu sonrisa, amiga de amar, amante”.