lunes, 1 de marzo de 2021

MENSAJE EN UNA BOTELLA

 

Fotografía del autor

Permitidme ser hoy un poco más secular, la causa lo merece...

No voy a engañaros: los libros son para mí un alimento imprescindible. He aprendido con ellos cosas que jamás imaginé, puedo sentir entre sus páginas el poder de crear mundos nuevos desde una cómoda butaca. Les debo seguramente más de lo que quiero reconocer, porque gracias a ellos he entablado relación con excepcionales autores más allá del tiempo y del espacio. Y no está de más recordar que entre ellos y yo hubo siempre un hilo, un fundamento que los condujo hasta mí, bien el capricho del mal llamado azar, bien una amable recomendación.

Amo las bibliotecas. Siento profunda admiración por quienes hacen posible su supervivencia, y remueven cada día cielo y tierra para mantener viva la llama de la curiosidad, del intercambio de ingenios. Y siento que en estos días en que las prioridades se han visto alteradas de una manera absolutamente dramática, muchos ciudadanos han llegado a considerar que las bibliotecas públicas no son algo imprescindible.

La realidad es que las cosas ya no eran fáciles en los últimos tiempos. Llegó internet y se hizo aparentemente innecesario un recurso presencial en el que se “almacena” cultura. Por un lado, los jóvenes comenzaron a acceder masivamente a contenidos a través de sus ordenadores, desde un pequeño y solitario habitáculo. Sus intercambios se realizan casi exclusivamente de un modo vicario. Sus comunidades desconocen todo aquello que no puede convertirse en bit. Por otro lado, los mayores habían creado ya sus vínculos en ámbitos a los que el libro les era ajeno: la partida de cartas, la tertulia bajo el sol del parque, la cola de la tienda. Y los adultos, finalmente, la población re-productiva… se encuentran en estos momentos en una situación de lucha por la supervivencia, con una precariedad que aumenta hasta un límite en el que, acabo de leer, dos de cada tres familias no llegan a final de mes.

Ahora soy yo el que se ocupa de nuestra biblioteca municipal, nuestra pequeña y honesta biblioteca. Y debo reconocer que la perspectiva no es halagüeña. Recursos limitados, años de decaimiento de usuarios, crisis sanitaria con cierres de actividad y severos condicionantes en el uso. Es para poner una medalla a las que todavía se acercan a su puerta.

Cuatro mil seiscientos volúmenes moran en sus anaqueles para un pueblo de cuatrocientos cincuenta habitantes. ¿Qué debemos, qué podemos hacer?

En estos momentos en que todo el mundo parece estar de acuerdo en que es necesario invertir más en la sanidad pública para cuidar de la salud, es llamativo que nadie se esté planteando qué pasa con la salud mental de los ciudadanos. ¿Sería osado considerar a las bibliotecas como hospitales del alma? Sí, así es, alguna vez pudieron ejercer la noble tarea de cauterizar las heridas de nuestro abatido espíritu, pero ya nadie lo recuerda.

Escáneres, resonancias, secuenciación de ADN, vacunas, tratamientos, TAC’s, analíticas, PCR’s, pruebas serológicas… Y nosotros en nuestro hospital de las almas con un ordenador y una impresora, con horario reducido, prohibición de acceder al interior o cierre perimetral. Es como luchar con espadas de madera contra ejércitos de androides. Menos mal que, al menos, funciona la calefacción y el aire acondicionado.

No quiero renunciar a cualquier herramienta que fortalezca mi labor. Redes sociales, redes neuronales, redes para pescar, redes sin cables, lo que sea para enredar a todo dios. Quiero luchar para que la biblioteca vuelva a ser el ágora, el templo, el oráculo, la botica, el taller.

Desde el colegio, hasta vuestros hogares, que cada uno considere este hospital de almas como una habitación más de su vida. Hacedle un hueco, es francamente reconfortante, incluso diría reconstituyente.

Porque todo puede cambiar. De hecho todo cambia cada día. Y es posible que alguno de esos cambios sea para mejorar. Es deseable que alguien trabaje por ello. Cuantos más, mejor.

Aquí tenéis un aprendiz de boticario, quiero decir bibliotecario dispuesto a defender un banco inagotable de talento, un botiquín provisto de soluciones para casi todo, un crepitar recurrente de fascinaciones, aquí tenéis la puerta abierta a todos los misterios y un ministerio de paciencia en carne y hueso dispuesto a compartirlo con vosotros.