Foto: Miguel Ángel González Carrillo
Contra
todo pronóstico, hoy también ha salido el sol. El aire promete
limpios y acrobáticos vuelos de aves que casi nunca conozco (soy
hombre de ciudad). En las puertas de las tiendas, las vecinas y
vecinos de Instinción guardan cola y distancia de seguridad,
custodiando celosamente la venerable costumbre de una conversación
matinal, a través de mascarillas. Parece que todo sigue igual.
Y
sin embargo, todo ha cambiado. En estos días de confinamiento el sol
ha sido esquivo. La lluvia, extrañamente generosa, ha regado los
árboles que plantamos durante el último invierno. Álamos,
madroños, encinas, algarrobos, acebuches, etc. están enraizando,
como yo, en un suelo tibio y mineral.
La
carretera conduce a ninguna parte. Creo que adolece de una cierta
somnolencia. Los parques reclaman sin fortuna las risas de unos niños
que vuelan cometas desde los terrados de algunas casas.
No
importa el día de la semana. Los números del calendario juegan
insolentes a confundirnos. El claxon del pescadero proclama su
soberanía indiscutible entre las calles. Mi gata Dorotea busca el
calor en las ventanas y encuentra sobresaltos intermitentes; claros y
nubes, aves y vuelos.
En
este instante me viene a la memoria la pregunta que, a poco de
instalarnos en este extraordinario enclave de la Alpujarra, me hizo
mi joven amigo Mateo: ¿Y si Instinción fuera una extinción? La
lógica infantil desafía cualquier paradigma, cualquier tribulación.
Pero la respuesta para alguien como yo, enamorado de un futuro
iniciático, reversible y poético, no podía ser otra: ¿Y si fuera
todo lo contrario?
Todo
ha cambiado, sí, habrá que reinventarse. Nada que no hayan vivido
ya estos pueblos, que llevan una centuria viendo morir viejos mundos,
con sus costumbres, sus paisajes, sus gentes. Aquí hace ya tiempo
que nada es igual y, sin embargo, la vida se empecina en seguir
adelante.
Quizá
esta capacidad de resistir nos sirva ahora de inspiración. Quizá la
forma de reinventarse está naciendo lejos de las ciudades, de las
universidades, de los polígonos industriales, de los centros
logísticos, de las grandes fortunas, de las redes electrosociales,
de la extravagancia de lo exótico, de la indolencia de los
desheredados.
¿Y
si Instinción fuera lo contrario?…